martes, 7 de abril de 2020

EL SUFRIMIENTO DE LA HUMANIDAD



ANTE  EL SUFRIMIENTO DE LA HUMANIDAD

A  María Jesús, Juan Manuel, Paloma y Eduardo,   compañeros  en el sufrimiento.                                                      

                        PERPLEJIDAD  E  INCERTIDUMBRE


En los  momentos actuales de confinamiento en los que estamos a causa de la pandemia del COVI 19, cualquier  reflexión que   se  efectúe  acerca  del sufrimiento  qua   azota   la sociedad, puede parecer  una tarea    inútil,  incluso  un camino  que no conduce a ninguna parte. Sin embargo, también  puede ser  un momento, como en  numerosas circunstancias de la vida, adecuado por  su carácter excepcional, para  profundizar  en la dimensión del dolor y las  posibles causas  que la provocan, así como las   muy diversas reacciones y consecuencias que se dan ahora y  puedan darse en el futuro en la sociedad. Sin duda, las  primeras  palabras de esta reflexión, difícilmente pueden   expresar  la emoción  y la honda preocupación que suscitan los efectos    de esta pandemia  en las vidas de las familias; la angustia de las personas contagiadas por la enfermedad, hospitalizadas y  fallecidas; la modificación de los hábitos y costumbres en la vida familiar; el impacto en las pautas de integración, socialización y educación de los hijos; en  la organización del trabajo  y de  las empresas en los muy diversos  sectores de la  actividad económica;   en las  relaciones sociales,  prácticas  religiosas, culturales, deportivas y de ocio. Es inmenso el panorama que se abre  para toda la sociedad, lleno  de   preguntas  e interrogantes.

Todo ello  ha cambiado  en muy pocas semanas, y con verdadero asombro observamos  la increíble  capacidad de la sociedad para adaptarse  a las nuevas  circunstancias,  que  están poniendo a prueba a los ciudadanos y ciudadanas  de  numerosos países,  agravada  con el confinamiento en sus hogares.  La  generación   de los actuales septuagenarios y octogenarios, no había conocido  unas circunstancias tan excepcionales  como las actuales, desde  la  Segunda   Guerra Mundial,  que  permita  tener  referencias  vitales e históricas   comparables,   a nivel mundial,  en un afán  de  alcanzar    alguna  certeza,  frente a  la incertidumbre que se cierne  sobre  el conjunto de la humanidad. Al objeto de llenar este vacío centraremos nuestro  análisis y reflexión constatando  que el dolor y el sufrimiento ha sido una realidad  que ha perseguido a la humanidad  desde  tiempos  muy remotos.


                UNA MIRADA AL PASADO: LA  ANTIGUEDAD


La vida actual de los seres  humanos  no ha surgido por generación  espontánea,  vinculada  a alguna de las cuatro generaciones  que  actualmente   habitan   el planeta; por  el contrario,  hunde  sus raíces en el torrente de la vida  de  muchas generaciones  que nos han precedido y todas ellas,  han vivido períodos  de   sufrimiento, desesperanza  y  angustia en muy diversas  circunstancias. En la memoria  colectiva  de los pueblos y culturas permanece  el recuerdo de las grandes calamidades  que soportaron  en el pasado  todas las generaciones,  que   solían  desconocer  las causas y las razones  que las originaban así como   cuáles  eran  los medios  y remedios  que   se podían aplicar  para su erradicación. Destacan   de  forma  muy singular a tenor de las crónicas: la guerra que  conllevaba el sometimiento a la esclavitud, el saqueo y exterminio de  pueblos y ciudades, la propagación de la peste,  el tifus, la viruela, el cólera, el sarampión,  además de los fenómenos de la naturaleza como los terremotos, las inundaciones, los huracanes, los tsunamis, los largos períodos  de  sequía  etc. También  la  historia de  los últimos dos siglos,  enseña que se  lograron  avances  en los campos de la medicina y otras ciencias  que han erradicado lo que antaño era imposible soñar. Muchos sueños de los que  tuvo  Martin Luther  King  se hicieron realidad, recordando  sus palabras“ He tenido un sueño”.

Para acotar nuestra mirada al pasado,  situémonos inicialmente,   en las crónicas escritas por   Tucídides en su obra “Historia de las Guerras del Peloponeso”, en las que relata  como la rivalidad de las dos grandes  ciudades  griegas,  Atenas y Esparta, entre  los años 436  y 404 a. C,  llevó a una guerra,  lucha por la hegemonía territorial y política,  de la que  fue vencedora  Esparta. Atenas  cuya   hegemonía comercial  y política  era  muy superior a la de Esparta, aunque no militar, se vio  arrasada en aquellos años  por una epidemia de la peste  que   diezmó  su población y produjo  la muerte  de Pericles, líder máximo de la democracia ateniense. Estos hechos  que hemos conocido  por  la obra histórica de Tucídides, fueron llevados a la literatura  por   Sófocles, situándolos en Tebas,   en su tragedia “Edipo  Rey”,  reflejando  las consecuencias y las causas de la peste en la ciudad, donde reinaba  Edipo. Esta  tragedia tiene  un trasfondo moral desde que  Edipo solicita al sacerdote  Creonte  que consulte  al Oráculo de Delfos la causa de la epidemia de la peste  que asolaba Tebas, recibiendo como toda respuesta:  la peste es el castigo de los  dioses  por  el asesinato de Layo, anterior  rey de Tebas. Asimismo el Oráculo de Delfos ordenaba  la investigación y el castigo del  asesino, de modo  que si  no  se castigaba  al asesino, no cesaría  la peste   sobre los ciudadanos tebanos. A partir de ese momento  la emoción  y la sorpresa  se van sucediendo a un ritmo  trepidante, hasta encontrar el verdadero  autor del asesinato del anterior rey de Tebas. En su obra, Sófocles  destaca la necesidad de  identificar  la/s  causa/s  de la epidemia y la  encuentra en   el castigo de los dioses sobre  la ciudad, como una  responsabilidad  moral  colectiva, hasta tanto  no se castigase  al verdadero autor del crimen. Es todo  un lenguaje  simbólico y religioso que no está tan lejos de nuestro  mundo actual.

En nuestro recorrido, igualmente, nos detenemos en  la epidemia   de peste  que   azotó  el imperio Bizantino, en los año 541 a 543  d.C. durante   el reinado del emperador  Justiniano, cuando   la Edad Antigua daba a su fin y se iniciaba  la  Alta Edad Media.  La aparición y  propagación  de la peste  afectó   a Constantinopla  y a  todo el imperio,  según los hechos  que  refiere , de una parte, el historiador  Procopio de Caesarea  en su obra “Historia  Secreta de Justiniano”, en la  que escribe  numerosos   aspectos   de las intrigas del poder, y entre otros hechos, ofrece una crónica   del alcance  y adversidades  que  originó  la aparición  de la peste. Completa  la información  de este historiador,  la que proporciona   Juan de Éfeso, eclesiástico y hombre de confianza  del emperador Justiniano, en su extensa obra “Historia Eclesiástica” en la que  narra  numerosos  hechos de la vida del imperio bizantino  desde la época de Julio Cesar hasta   Justiniano. Entre  otros, la aparición  de la peste en Constantinopla, la construcción de numerosos monasterios y su especial su celo en la conversión de  los no cristianos, con el apoyo del emperador. Tras la muerte de Justiniano, siendo Juan de Éfeso, Obispo de Éfeso de  orientación monofisita, y enfrentado a  las  decisiones  aprobadas  en el Concilio de  Calcedonia, fue perseguido y encarcelado por el nuevo emperador  Justino y por las autoridades religiosas contrarias a los monofisitas. Especialmente llamativa  era  la  convicción que  manifestaba  en  sus predicaciones, al señalar la  irrupción de   la plaga de la peste, como un castigo divino   por causa de los pecados  del pueblo y de sus dirigentes, argumento  que ya  estaba, aunque en contextos diferentes,  en la obra de  Sófocles,  escrita mil años antes  de los hechos   acontecidos en Constantinopla.
  

    EL SUFRIMIENTO  EN  LA LITERATURA DE LA EDAD MEDIA


En el transcurso  de la Edad  Media  la presencia de la peste   fue  continua, aunque por su especial  relevancia  destaca  la  epidemia de la Peste Negra  que se propagó  entre 1348  y 1350  y    diezmó  en torno  al 30% de la población de Europa, al parecer por la infección de varios barcos  genoveses llegados a  Italia procedentes de los puertos del  Mar Negro. El  auge  económico de estas ciudades   dedicadas al comercio con una importante  flota  de barcos  en el mediterráneo   favoreció  los intercambios  con los países de Oriente Medio e hizo posible  la propagación de la peste   en  Florencia, Venecia,  Génova, Roma. Especial  interés  presenta la obra  “Nueva Crónica”  escrita en aquellos años, por Giovanni  Villani, funcionario y banquero de su Signoría, con la finalidad de dar a conocer   la historia de Florencia,  informando  de su población, los conflictos entre  güelfos y gibelinos, el comercio, las hambrunas y  acogida a los pobres y  las  epidemias de la ciudad.  Su historia fue  continuada,   tras su muerte  a causa de la peste,   por su hermano Matteo y el sobrino  Filipo.

Sin embargo   la peste de Florencia  del 1348 será  más conocida por las obras literarias  que  pasaron a la posteridad gracias   al “Decameron  escrito por Giovanni  Boccaccio  hacia  1349, en la que  a través  de cuentos  cortos,  describe entre  otros,  los acontecimiento relativos  a la peste negra, de la que fue testigo, tras regresar  de  Nápoles,  para ayudar en  los negocios de su padre, víctima de la epidemia. Se estableció  en  Florencia y   entabló  amistad con  el poeta  Francesco  Petrarca, que  residía  en Padua  y en   cuyo  “Cancionero” expresaba el amor platónico a Laura y el dolor  del poeta por su  muerte    a causa de la peste negra. 


LA GLOBALIZACIÓN DEL SUFRIMIENTO  EN LA  EDAD MODERNA 


El comienzo  de la Edad  Moderna marcó la primera   globalización mundial,   motivada por   la expansión europea  en América, desde  las expediciones  españolas de Cristóbal Colón, Hernán Cortés y Francisco Pizarro, y la portuguesa con Pedro  Álvarez  Cabral  en América Central y del Sur, así como de los ingleses y franceses  en América  del Norte. La violencia que  se ejerció  sobre los indios fue denunciada  por el dominico  Bartolomé de Las Casas  ante el emperador  Carlos  V tras la publicación de la obra  “Brevísima  relación  de la destrucción de Las Indias”  en 1552  en defensa de los indios americanos y  en esa misma   obra, con un opúsculo añadido,  la  “Brevísima relación de la destrucción de  África” denunciando igualmente, el sufrimiento y la  violencia  contra los    africanos;  hoy día, se le   considera   como el  gran defensor de los derechos humanos de la edad Moderna, pese  a ser criticado con  severidad.  La mayoría  de los  historiadores  señalan como un  factor  muy importante en el sufrimiento de los indios, la propagación  de las epidemias, principalmente la viruela  y el sarampión, así como en la reducción  de la población  autóctona, enfermedades ya conocidas en Europa  y hasta entonces  ausentes   en  la población  amerindia.

 En la segunda mitad del siglo XVII,  reapareció   la peste que    se  extendió por el territorio de la costa peninsular española y parte de  Andalucía, con fuertes pérdidas de población  en Barcelona, Valencia  y Sevilla,  que  unida  a las necesidades  que  demandaba  el alistamiento de los Tercios españoles  en Flandes, Italia y Alemania y el originado por la  sublevación de  Portugal y Cataluña en 1640, se sumaba  a la expulsión de los moriscos  varias décadas  anteriores, y acentuaba  la despoblación  tanto en los territorio de la Corona de Castilla, como de la Corona de Aragón. De otra parte, La presencia  de la peste  en la  Europa del siglo  XVII, fue  reflejada  por distintos  escritores  de la época, como lo fue en la novela  “Diario del Año de la Peste” escrita  varias décadas  después de los acontecimientos, por Daniel  Defoe, autor  más conocido por su obra  “Robinson  Crusoe”. En  el “Diario” rememora los acontecimientos   acaecidos en Londres  en 1665 originados por la peste, con  gran realismo y una  descripción detallada  de los hechos, que  llevaría a pensar  fuese testigo  directo de los mismos, aunque probablemente  tomó  como fuente,  la narración  detallada  del Diario de un familiar, Henry  Foe, años después. Se estima que en Londres  fallecieron  en torno a  75.000 personas, en pocos meses.  Otro escritor  de las primeras décadas del siglo  XIX, Alessandro  Manzoni,  dejó un legado literario  en su novela  “Los Novios”, acerca  de  la Gran Peste acaecida entre  el año 1626 y 1630  en Milán y  en La Lombardía.


                     LOS PRIMEROS  ÉXITOS DE LA CIENCIA


Cuando  en el siglo  XVIII  se mitigó considerablemente   la epidemia  de la peste,   se extendió   la  viruela por Europa y también en las Indias que provocó fuertes pérdidas de vidas humanas. Sin embargo,  el nuevo  espíritu ilustrado científico,  dio sus primeros  frutos  cuando Edward Jenner, británico, consiguió en 1796 la vacuna  contra  la viruela, frente a la reticencia  y oposición de la Asociación Médica de Londres, extrayéndola de la viruela bovina,   que favorecía la inmunidad de los seres humanos. Su reconocimiento llegó tras  decidir  Napoleón en 1805  vacunar con  el procedimiento  del investigador británico,  a su ejército, corroborando  las investigaciones  de Edward Jenner. Antes  que Napoleón,  el médico militar español Francisco  Javier  Balmis en la Corte  del rey  Carlos IV  convenció  a éste, de la necesidad de organizar  una Real Expedición Filantrópica para la lucha contra  la viruela  en las Indias  españolas, expedición  que se llevó a efecto  entre 1803 y 1806, vacunando  a un grupo de niños, inmunizados que fueron llevados  a los territorios  americanos,  y una vez  allí, donaban  parte de su sangre y con ella proporcionaron la  inmunidad deseada a la población.

El advenimiento del nuevo  siglo  XIX  trajo consigo la práctica desaparición de la viruela, pero  otras  nuevas   epidemias  hicieron  presencia, a lo largo del mismo: el cólera y el tifus. Así lo  refiere  el escritor francés Chateaubiand en “Memorias de Ultratumba  al describir la   epidemia de cólera  que asoló  Francia  y París  entre 1831  y años siguientes, de la  que falleció  el rey  Carlos  X. Sin embargo,  el  nuevo espíritu de confianza  en la  Ciencia, la inquietud y  perseverancia  de los médicos y científicos,  en la búsqueda de las causas  que originaban  esta nueva epidemia empezaron a dar resultados. Serán decisivos  los avances  y el descubrimiento  de   Filippo Pacini, médico italiano que   identificó en 1854, la bacteria vibrio  cholerae y años  después,  gracias  al  estudio de  Louis  Pasteur en 1880  sobre el cólera  aviar,  y de   Robert Koch, investigador y biólogo  alemán, que   identificó el bacilo  de la tuberculosis en 1882 y la bacteria causante del cólera  en 1883. Era un gran  paso en la investigación  científica, pero     era necesario  encontrar  el arma decisiva  para  vencer   el cólera y la tuberculosis: la vacuna. Este  sería el gran descubrimiento de Jaime  Ferrán i Clúa, nacido  en  Corbera del Ebro, de la provincia de Tarragona, y residente en Tortosa  donde  ejercía la medicina  y disponía de un laboratorio  para la investigación  de microbiología. Admirador  y continuador de la metodología  desarrollada por Robert  Koch y de  Pasteur, fue el creador de la vacuna  contra  el cólera y contra la tuberculosis. Su  trabajo  científico es digno  de todo elogio  y admiración por la constancia  y tenacidad  que demostró, tras ser  comisionado por el Ayuntamiento de Barcelona  en el año 1884  para que viajase a Marsella, que  venía padeciendo  una  epidemia de  cólera, y  tomara  varias  muestras de enfermos  que depositó  en cinco  frascos de cristal. A su regreso a Barcelona, Jaime Ferrán fue interceptado en la frontera franco española por los servicios  de  aduana  españoles, que habían  recibido instrucciones  de  confiscar todas las muestras obtenidas  de enfermos  franceses de   cólera, según la órden recibida del Ministro de la Gobernación.

El azar  permitió  que Jaime Ferrán  consiguiera conservar una de las muestras de las cinco  que llevaba consigo y empezó  a preparar  la primera vacuna contra el cólera,  contra viento y marea,  no sin antes  vencer  dificultades  administrativas y críticas infundadas de  importantes  sectores de la medicina,  incluso  en un informe  oficial muy negativo acerca de la citada  vacuna (promovido por Ramón y Cajal, máxima  autoridad de la época),  dirigido  al entonces Ministro de la Gobernación, Romero  Robledo, siendo Presidente de  Gobierno,  Cánovas del Castillo. Al año siguiente, Jaime  Ferrán  fue llamado por el Ayuntamiento de Valencia, ciudad  que estaba sufriendo  la epidemia del cólera, extendida con tal intensidad, hasta el punto  que  las Fallas del 19 de  marzo de 1885  fueron suspendidas por causa de la misma; suspensión que no tuvo gran efecto,  probablemente por no aplicarse medidas de confinamiento  individuales y familiares, al tiempo  que se celebraron   procesiones  masivas  que se realizaron   por las calles de Valencia  con rogativas  pidiendo el fin de la epidemia. La vacunación se inició  en mayo de 1885  con  notable éxito, pese  a los 21.513  fallecidos en ese año  en Valencia, a la cabeza de los 120.254 fallecidos  por el cólera registrados en España,  aunque la vacunación  fue  suspendida  por orden del Ministro de la Gobernación. Años más tarde,  fue reconocida  su eficacia y contribución  a la humanidad. Las sucesivas   oleadas de cólera  que   periódicamente  azotaron los distintos territorios españoles  en el siglo XIX,  desbordaron  los tímidos  instrumentos  previstos en la Ley Orgánica de Sanidad de 28 de Noviembre de 1855, al no ser consignado  el   presupuesto necesario  para  atajar  las enfermedades infecciosas ni previstos  protocolos adecuados para  hacer frente a las epidemias. No obstante, llama la atención  que la población europea en su conjunto, a pesar de las sucesivas  epidemias del cólera y de las  guerras, aumentó  de forma considerable  entre  1800 y 1900  y  pasó  de  105 millones  a  145 millones  de personas, excluida España, con un  incremento del 38%, mientras la población española  pasó de 10,5  millones a 18,5 millones de personas  en ese mismo período, con un incremento del 76%. 


            LA GUERRA Y EL SUFRIMIENTO  EN EL SIGLO XX 


La llegada  del siglo  XX ofrecía  aparentemente un  horizonte  optimista y prometedor  en una sociedad, políticamente estable,  que vivía  los  frutos de  de una revolución  industrial  avanzada, con la  generalización de la electricidad y del petróleo  como nuevas fuentes de energía, la extensa movilidad  de los ferrocarriles,  del automóvil y de la aviación, al tiempo  que  la salud  pública tenía a su alcance protegerse  de las  plagas del pasado: el cólera, la tuberculosis y  la viruela, con las vacunas  desarrolladas  en el anterior siglo. Sin embargo,  en esta sociedad  feliz  irrumpió  la  Gran Guerra  de 1914-1918  en gran parte de Europa,  con todo el dolor, desolación y muerte  que   llevó consigo la violencia. Camuflada  entre  la destrucción bélica apareció  una  nueva epidemia desconocida:  la gripe, mal denominada como  gripe española, porque  dado  que España  fue neutral en el conflicto  armado,  no existía  la censura y se informó  de sus efectos y consecuencias,  mientras  que en los países beligerantes, la censura  prohibió  informar de la misma. Sus consecuencias  se  cifraron  a escala mundial en torno   a  varios millones de muertos, difíciles de distinguir de los  causados  por las  acciones armadas y en España  se estimaron  300.000 muertos  entre 1918 y 1920. Una vez   firmada la Paz de Versalles, los científicos iniciaron  la investigación  para hacer frente a  la epidemia,  constatándose  que   los movimientos de soldados,  fueron unos eficaces agentes propagadores  de la gripe. Dos décadas  más tarde, en 1940  los investigadores norteamericanos   Thomas Francis, MD y Jonas Sak  crearon  la  primera vacuna  contra la gripe  común, en la Universidad de Michigan, con financiación del  ejército  norteamericano, vacuna  que  pudo utilizarse en la  Segunda Guerra Mundial. A mediado  del siglo XX, en 1957 y en 1968, tuvieron lugar  dos nuevas oleadas  de gripe   asiática, tipo aviar, cuyos efectos  fueron  más   contenidos, aunque se estima,  en al menos  un millón de muertos en cada uno de estos años.

Una de las consecuencias  más importantes de la Gran Guerra de 1914, fue la ruptura  de los equilibrios  políticos y militares hasta entonces conocidos, con la hegemonía  del Imperio Austro-Húngaro, el Imperio Ruso  y el Imperio Otomano. El nuevo mapa europeo  con la  configuración de nuevos Estados, nacidos   de las corrientes nacionalistas y  marxistas - leninista, no cerró  las viejas heridas de la Gran Guerra, que volvieron  a  reabrirse   veinte años más tarde. En este  paréntesis,  se consolidó  un régimen   político  de nuevo cuño, de la mano de  Lenin,   artífice de  la URSS, que  provocó una guerra civil, ya finalizada  la  Gran Guerra, y que  con el nuevo liderazgo de José  Stalin,  consolidó  una dictadura político militar  cuyas políticas drásticas produjeron mucho sufrimiento  en la población  rusa,  muy  especialmente  en la década de los años 30. Aunque  los campos de  trabajos  forzosos  eran  conocidos  desde  la época de los  Zares, sin embargo con José Stalin  se aumentaron y se regularon inicialmente en un decreto de 11 de Julio de 1929 y oficialmente  en Abril  de 1930, bajo la denominación  GULAG,  para  confinar  obligatoriamente  a los disidentes políticos, intelectuales, sindicales, religiosos, delincuentes comunes y todos aquellos  que no fuesen adictos  al régimen   soviético,  en campamentos de trabajos  forzosos, bajo la  vigilancia de la  policía política. En los  25 años que permanecieron instalados,  la composición de los  prisionero  fue modificándose, y aunque las estadísticas  difieren de unos a otros historiadores, se puede estimar una media de 1.5 millones anuales de ciudadanos soviéticos, en la década  1930-1940, muchos de los cuales  fueron liberados para  alistarse  al ejército rojo  tras la  invasión de  la URSS  por el ejército alemán; y una media de 2,3  millones  anuales, de soldados soviéticos  prófugos y  soldados alemanes   apresados tras  la rendición del ejército  alemán , en el periodo  1941 hasta  1955.  Estas  condiciones   se mantuvieron  mientras vivió  el dictador Stalin y una vez  muerto,    paulatinamente fueron  desapareciendo  tras la amnistía decretada por el Presidium  del Sóviet Supremo de la Unión Soviética   el 27 de  Marzo de 1953. Este período  de sufrimiento  de un amplio conjunto de la población  rusa,  sería  dado a conocer por  Alexandre  Solzhenysn  en el año 1962  con la publicación de su primera novela “Un día  en la vida de Iván de Denisovich”, autorizada por las autoridades soviéticas y años más tarde en  1973, en su otra gran novela, no autorizada  en la URSS, “El Archipiélago Gulag 1918-1956” en la que  se describe  la cruel realidad de los sufrimientos  de los  disidentes de la dictadura de Stalin, ya fuesen  troskistas, bolcheviques, escritores, religiosos ortodoxos,  antiguos  propietarios campesinos, soldados etc. El propio   Alexander  Solzhenysin,  tras participar   en el ejército rojo  en la lucha  contra Alemania y a causa de una carta  escrita en 1945  a Stalin, fue  confinado en los   campos de trabajos  forzosos   durante  los años  1945- 1953 y posteriormente  deportado a  Kazajastán, donde permaneció   hasta la llegada de  Kruschev  a la Secretaría General del PCUS.

No obstante lo indicado con anterioridad, el siglo  XX  alumbró nuevas formas de  sufrimiento especialmente crueles,  en la Segunda Guerra Mundial  entre los años  1940-1945,  más  inhumanas  que las ya conocidas de la década anterior en los campos de trabajos forzosos  en la URSS. Protagonizado  por el ejército  alemán  bajo la dirección de las SS, se instalaron,  siguiendo  las directrices  del dictador Hitler,  campos de  concentración y exterminio,  con la finalidad de   eliminar  a  los judíos, discapacitados,  y otros grupos  que no respondían  al  perfil de la   pureza  racial. Se estima  que  entre  5 y 6  millones de judíos  y   cerca de 2 millones  de otros grupos: gitanos, homosexuales, discapacitados y disidentes políticos  del régimen nazi,  murieron o sobrevivieron  en condiciones crueles, en esos campos  de concentración, de los que son más conocidos,   Auschwitz, Treblinka, Mathausen, Dachau, Buchenwald. Es digna de recordar  como homenaje y símbolo  de  todos  los que murieron o sufrieron  en alguno de estos campos de concentración, de una parte   Ana Frank,  de familia  judía, cuyo  Diario  reflejó  a través  de sus cuentos,   la espera   durante los dos años que  vivió con sus padres y hermana,  ocultos de los nazis  en Amsterdam, desde el verano de 1942  al verano de 1944; tras ser delatada y detenida  murió a los 13  años  de una epidemia de tifus en el invierno de 1945,  en el campo de concentración Bergen-Belsen. También fallecieron en los campos de concentración su madre y su hermana, sobreviviendo sólo su padre  Otto Frank.  Otro símbolo de la crueldad  y el sufrimiento  de esta  modalidad en los campos de concentración  nazis, fue  el pastor y teólogo luterano, Dietrich Bonhoeffer, una de los más profundos estudiosos  del Cristianismo del siglo y cuyas obras  son fuente de estudio para todas las confesiones cristianas. Fue  detenido y encarcelado  en Berlín-Tegel   desde  la primavera de  1943, aislado de su familia  y amigos  hasta  su  ejecución  en Abril de 1945 en el campo de concentración de Flossenburg, en Alemania, cuando el régimen nazi  estaba mortalmente  vencido y acabado; según la acusación de las autoridades  nazis, era  cómplice como disidente político del régimen nazi,  del atentado  fallido contra   el dictador  Hitler  en el verano de  1944,  con el que  no tuvo relación alguna,  dado que llevaba  dos  años encarcelado y aislado en la cárcel  un año antes del atentado. Testimonio de su encarcelamiento han sido los escritos   Cartas de Amor  desde la prisión” y  “Resistencia y Sumisión” en las que   expresaba  sus ideas  y sentimientos  acerca del sufrimiento. Sus voces  rompen el silencio  de los  que fueron víctimas  del sufrimiento, de la violencia y  de la crueldad


                                                    FINAL DE ESTA HISTORIA

Ante tanto dolor  y sufrimiento  cabe preguntarse si hay  algún resquicio para la esperanza y para cambiar  este  nuestro mundo. Pero  esa es  otra  próxima historia.