domingo, 20 de diciembre de 2020

ADVIENTO-2

 

                               ADVIENTO

                                              (Segunda parte)

 

                                 Identidad  del   Precursor

 

Dada  la brevedad de referencias  a la figura del Precursor  en los evangelios de  (Marcos 1.1-8) y (Mateo 3.1-12), se analizará  el texto principalmente  de (Lucas 3.1-19)  y  (Juan 1.1-10). Destaca   en  Lucas,   el mensaje de  que Juan   es un personaje  real e histórico, al  proporcionar  el  marco histórico  político y religioso, en el que   aparece su figura, que se corresponde  con las distintas  fuentes  de la historia   de Roma  y de Israel, ( Lucas 3.1-19):

“El año  quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de de Judea, y  Herodes  tetrarca  de  Galilea; Filipo su hermano, tetrarca de Iturea y de Tracomitida, y Lisanias  tetrarca de Abilene, en el pontificado de Anás y Caifás, le  fue dirigida la palabra de Dios  a Juan, hijo de  Zacarías, en el desierto

 Al   acceder el  emperador Tiberio  Cesar  al   poder,  en el año  14  a.C. tras la muerte del emperador  Augusto, se puede estimar  que   el inicio  de la predicación de Juan fue quince años  después de la  subida al poder de Tiberio, en torno al año 29 d.C. a la edad comprendida  entre  31 y 33  años, por haber nacido a finales del siglo anterior.  El lugar  donde  desarrolló  su predicación según las fuentes citadas,  era el desierto de  Judea,  próximo al río Jordán, cuyas  aguas le permitían  bautizar a las gentes  que  venían  de Jerusalén  y de la región de Judea  para oírle. Su  imagen, su apariencia  exterior y su alimentación  sólo   citada por  (Marcos 1.6) y  (Mateo 3.4)  da idea  de la austeridad, y sencillez  de quien vivía con una  vestimenta   hecha de piel de camello   y un cinturón de cuero  a sus lomos, alimentándose de   langostas ( saltamontes en lenguaje actual)  y miel  del campo obtenida  de  los panales de abejas, lejos de las zonas urbanas. Es probable  que Juan hubiese  tenido  contactos  con algún grupo de esenios,  que solían renunciar a  una vida cómoda y confortable  en  las   ciudades  y se retiraban a cuevas, chozas  o cobertizos de ramas de árboles,  en los márgenes  del río Jordán  y en el desierto,  practicando una religiosidad  más acorde  con los preceptos de  Moisés.

La presencia  de  Juan  en el desierto de  Judea  y su predicación,  se correspondía y daba  sentido   a  las palabras  (Lucas 1. 76-79) que el mismo evangelista  había puesto  en boca de Zacarías, su  padre, en las  que anunciaba  la  misión  que  Dios  le había encomendado  a su hijo:

 

“Y tú niño, serás llamado  profeta del Altísimo, pues irás  delante del  Señor  para preparar sus caminos y dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una  Luz de lo alto, para iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros  pasos por el camino de la paz”

Es un lenguaje de Lucas inspirado  en  (Isaías 9.1-3 y 9.5-6)    aplicado   al Precursor  Juan:

El pueblo  que andaba en tinieblas vio una  luz  grande. Los que vivían en tierras de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste  el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría  por su presencia, como la alegría de la siega, como se regocijan repartiendo la cosecha.”

Asimismo, Juan necesitaba  dar  a conocer  su identidad  ante todas las gentes  que  venían a  escucharle, para ser  bautizadas, conforme  se  acercaban  a la ribera del Jordán, haciéndolo con extrema humildad. Para ello, según indican los evangelistas, Juan se inspiraba  en las palabras del profeta (Isaías 40.3-5),  con imágenes simbólicas de gran fuerza  profética  y belleza, en las que  se integran   como  ejes   básicos   de su predicación, de una parte,  un grito  que  rompe   el silencio del desierto y de otra,  un  mandato  imperativo para  construir  un  camino  en pleno desierto. Su finalidad es  para que  Dios se acerque a su pueblo, que  debe  proceder  a la conversión, enderezando sus sendas y rebajando la soberbia  que identifica con la metáfora de  la  altura de  las cumbres de los montes y   colinas, para finalmente alcanzar  la salvación.  (Lucas 3.4-6):

“Voz del que clama en el desierto. Preparad  el camino del Señor, enderezad sus sendas, todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado,  lo tortuoso se hará recto y lo áspero allanado. Y todos verán la salvación de  Dios.”

El texto de (Isaías 40.3-5 y 9-11)  refuerza  aún  más la predicación del Precursor:

“Una voz clama: En el desierto abrid un camino a  Yahveh, construid en la estepa  una calzada recta   a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, que todo monte y colina rebajado, lo tortuoso  recto y lo áspero   aplanado. Se revelará la gloria de Yahveh y toda criatura la verá.(………). Súbete a un monte alto, alegre mensajero de Sión, clama  con voz  poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Yahveh con poder.”

 

Para nuestra mentalidad moderna, tiene poco sentido aceptar la literalidad de las palabras de Isaías,  escritas  hace  más de 2.600 años, ya que Dios no necesita   que se construyan   calzadas, ni puentes en el desierto ni en la estepa, para que   se acerque a nuestras vidas.  Él lo transciende  todo   y está presente en todo, en nuestras vidas  y en  el  Universo. No obstante, las imágenes  que nos ha legado Isaías,   conmueven  por su belleza  y  fuerza  simbólica para expresar la cercanía  de Dios  y  los caminos   más insospechados  para  salir al  encuentro  de su pueblo, aunque éste se aleje de  Él. La conciencia y la identidad que   Juan tenía de sí mismo, como enviado  por  Dios,  siguiendo las palabras anunciadas  por el profeta Isaías,  suscitaron controversia  entre  las autoridades religiosas  judías, tal como lo describe  el evangelista (Juan 1.19-23) en un animado y vivo  diálogo, entre Juan y un grupo de sacerdotes y levitas, enviados  por sus dirigentes para preguntarle:

“¿Quién eres tú? Él confesó y no negó. Confesó: yo no soy el Mesías.  Y le preguntaron: ¿quién pues? ¿Eres  Elías? Él dijo: no lo soy. ¿ Eres el profeta?.  Respondió: No. Entonces le dijeron ¿Quién eres, para que  podamos dar una respuesta a los que nos han enviado?.  ¿Qué dices de ti mismo?.  Dijo él: Yo soy una  voz  que clama en el desierto. Allanad el camino del Señor, como  dijo el profeta  Isaías.

Juan  negó ser  el Mesías, Elías  o algún profeta, que en la tradición del Judaísmo    habían   sido pilares sobre los que se habían cimentado  esperanzas  y consuelo durante  muchas generaciones  y sólo aceptaba ser el heraldo  o el mensajero   que  anuncia  al pueblo el mensaje de Dios, bajo  la   sencilla  condición  de ser únicamente   una voz  que grita  en el desierto. Aunque  Juan  negara  que es el  profeta, sin embargo, entronca  con  la mejor tradición de Isaías, cuando   anima  a gritar  sin miedo, con voz poderosa y alegre  a las ciudades de Judá, que el  Señor está  llegando y sin duda,  lo hacía de la mejor  manera  que él  sabía.

 

                                           El Bautismo  en el Jordán

 

 El diálogo  anterior,  rico en matices,  sólo  figura  en el evangelio de Juan y fue  continuado  por los   fariseos, judíos  con gran poder  e influencia  en la sociedad, por  sus conocimientos  de las  Escrituras y prestigio en la defensa de la ortodoxia de las leyes de Moisés  y de las cuantiosas normas    del Judaísmo. Se acercaron  a él y le  plantearon la cuestión del  bautismo  que practicaba Juan  en las aguas del Jordán (Juan 1.25-28):

Y los enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron: ¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta?,  Juan le respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que vosotros no conocéis,  que viene detrás de mí, a quien  yo no soy  digno de desatar la correa de  su sandalia. Esto ocurrió en  Betania, al otro lado del Jordán.”

La pregunta  de los fariseos  a Juan era  pertinente. Si no eres   profeta, ni Elías  al que los judíos esperaban  su retorno,  ni el Mesías, con qué autoridad  bautiza e insta  a la conversión de los pecados. La respuesta   la trasladó a Jesús  sin nombrarle. Varios días después    que  Juan bautizara a Jesús, y posteriormente  al encuentro  con los  fariseos  que le interpelaron por el bautismo  que practicaba,  los discípulos de Juan, debieron  quedar  inquietos y preocupados porque  observaron  que   acudían menos  gente  a escuchar  a Juan  y más  a oír las palabras de Jesús que bautizaba  también  en la región de Judea y  le preguntaron por la identidad de este último (Juan 2.26-30):

Rabí, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien  diste testimonio, también bautiza y todos  se van   a él. Juan respondió: Nadie puede atribuirse nada si no le ha sido    dado del cielo. Vosotros sois testigos  de que dije: Yo no soy  el Mesías, sino que he sido  enviado   delante de él. El que tiene novia, es el novio; pero el amigo del novio  que esté con él y le oye, se llena de alegría  al oír  la voz  del novio. Ésta es mi alegría y ya  está cumplido. Es necesario    que él crezca  y yo disminuya.”

Con esta respuesta  Juan  dejaba  clara su  postura  respecto de la autoridad y primacía  de  Jesús   sobre él y su bautismo, sin más explicaciones, al tiempo que  expresaba su alegría  por  la actividad  de Jesús de Nazaret y  al que  consideraba amigo, aunque metafóricamente  expresado. El evangelista  Lucas   deja entrever  que   Juan   conocía a  Jesús  con anterioridad  a su encuentro en la ribera del Jordán, y en modo alguno le era  un desconocido. Sus respectivas madres, María e Isabel  tenían cierto parentesco y  lo más probable  es  que uno y otro, parientes de segundo o tercer grado,  sabían de  sus  respectivas vidas y   actividades  Sin embargo, el evangelista (Juan 1. 31)   dice en el momento del bautizo de Jesús,  que  el Precursor  no  le  conocía. En cualquier  caso, será  (Lucas 3.15-18)  Juan  el que indique las diferencias  entre uno y otro bautismo:

“Estando el pueblo  en expectación y preguntándose  todos en sus corazones, acerca de Juan, si sería  él  el Mesías, respondió  Juan a todos: Yo os bautizo  con agua, pero viene el que es más fuerte  que yo, de quien no soy digno de desatar  las correas de sus sandalias. Él os bautizará  en Espíritu y fuego. En su mano está el bieldo para limpiar la era y  recoger el trigo en su granero; y quemará  la paja  en  un fuego  que no se apaga.”

También   (Marcos 1.4-6)  y (Mateo 3. 11-12)  expresan la misma idea  algo más  detallada   en (Mateo 3.11-12):

“Yo os  bautizo  con agua para  vuestra conversión, pero  aquél  que vine detrás de mí, es más fuerte que yo y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará e Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene  el bieldo y limpia su era; recogerá el trigo  en el granero, pero la  paja la quemará  con fuego que no se apaga.”

Este leguaje propio de los campesinos, acostumbrados  a utilizar  el bieldo  para  aventar  las espigas  del trigo  o de la cebada  en la era  y separar  el  grano de la paja,  lo utilizaba, para distinguir  de una parte,  el bautismo de  Juan, que lava   el cuerpo como manifestación  simbólica del arrepentimiento de una conducta alejada de los caminos  de Dios, y de otra, el  bautismo que procede  del Espíritu  y fuego  que practica  Jesús, del que,  según puede deducirse de las palabras de Juan, expresa  un don del elegido de  Dios, que ofrece  Jesús con absoluta  gratuidad.

                                  

        La Predicación de Juan

 

La finalidad que perseguía  Juan  con su presencia en la ribera del Jordán y con su  predicación, era exhortar  e invitar  a las gentes  que  se acercaban  a escucharle, al arrepentimiento de sus pecados  bautizándoles y en suma,  a su conversión a la llamada de  Dios. Para ello, utilizó   dos tipos de predicación: de una parte,  increpando a  un grupo de fariseos y saduceos que se  acercaban  a bautizarse (Mateo 3.7-10) y del mismo modo en (Lucas 3.7-9):

“Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?.  Dad, pues fruto  digno de  conversión, y no creáis  que  basta  con decir en vuestro interior-tenemos por padre  a Abraham-.  Porque os digo que puede Dios, de estas piedras   dar hijos  a Abraham. Ya está el hacha puesta  a la raíz de los árboles, y todo árbol que no de buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.”

Estas palabras tan duras  suscitaban   una  gran inquietud y consternación entre  quienes  le escuchaban ( Lucas 3. 10):

“Y la gente  le preguntaba: ¿qué debemos hacer?

Ante tanta perplejidad   por las  palabras  anteriores increpando  a la gente,  Juan rebajaba  el tono  de sus amenazas, de forma significativa,  indicándoles los actos  y obras  a realizar   que se inspiraban  en la justicia,  dando   vestido y  alimento  a los necesitados,  no codiciando dinero más de lo establecido y rechazando  todo tipo de extorsión y coacción  de los soldados ( Lucas 3. 11-14):

Y el les respondía: El que tenga dos túnicas, que las reparta  con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo. Vinieron también los publicanos a bautizarse y le dijeron: maestro, ¿qué debemos hacer?.  Él les dijo. No exijáis más de lo que está fijado. Le  preguntaron  también  unos soldados: Y nosotros  ¿qué debemos hacer?.  Y les contestó: No hagáis   extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con  vuestra soldada.”

En definitiva, los tres pilares  en los que se apoyaba  la predicación de Juan, eran de una parte,  la  palabra,  increpando   a las gentes  y exhortándoles  a la conversión y al arrepentimiento; de otra parte,  el agua  para  lavar  sus pecados   con el bautismo, dando un fuerte valor simbólico al agua, que en la  vida   normal  de la vida  se usa  no sólo para beber,  sino  también para lavarse de la suciedad que se adhiere  al cuerpo, como era   costumbre  en la sociedad judía; finalmente, el otro  pilar  de su predicación  giraba en torno a  una vida  en la que se practicase  la justicia, el amor al prójimo  y las  obras de misericordia, dentro de la tradición  de los  Profetas. Su finalidad  era  recuperar  la dimensión  ética  en las relaciones  humanas y  la misericordia  entre  sus hermanos  los judíos.

 

                          El encuentro de Juan  y  Jesús

 

No  consta  hubiese  encuentro alguno  anterior de  Juan y Jesús, distinto  del  que tuvo lugar en la  ribera del Jordán, que conocemos con mayor detalles  por  los evangelistas  (Mateo 3.13-17) y (Juan 1.29-33)  que  describen   aspectos relevantes  del momento  en el que tuvo lugar  ese encuentro, cuando Jesús se acercó para ser  bautizado  en el  río Jordán,  por  Juan, al que también hacen referencia  los otros  evangelistas. No obstante,  difieren   Mateo y Juan   en  algunos matices  de su narrativa:

“Entonces  llegó  Jesús desde  Galilea  al Jordán   donde estaba Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo  diciendo: Soy yo  el que  necesita ser bautizado por ti  ¿y tú vienes  a mí?.  Jesús le respondió:   Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos   toda justicia. Entonces (Juan) le dejó.” (Mateo 3.13-17)

En este dialogo, se observa,  que  Juan  quedó sorprendido  por  el gesto  de Jesús e intentó  impedirle  lo que consideraba “el mundo al revés”.  El Precursor  era consciente de que estaba  ante    el elegido de Dios y no tenía sentido   bautizar  a Jesús, hombre revestido de  santidad  y justicia,  que   no  había   cometido   pecado o falta  alguna. El  bautizo  de  Juan  estaba destinado  a las  gentes  pecadoras de   Israel  que expresaban  una sincera  conversión  y  se  acogían  a la misericordia  de Dios  Será  (Juan 1.29-31) quien profundice  en este encuentro  y  ponga  en boca de Juan el Precursor   la  verdadera  autoridad y voluntad  de Jesús: el perdón de los pecados.

“Al dia siguiente (Juan) ve venir a Jesús  hacia él y dice: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es   de quien   yo dije: Detrás de mí viene un hombre que se ha adelantado  a mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar con agua para que   él se  manifieste  a Israel”.

Este texto, para su mejor comprensión,  ha de situarse  en relación  con  el  bautizo  en Espíritu y fuego que, según  Juan, era  el que practicaba  Jesús,  como era costumbre de Jesús  cuando  curaba a los enfermos y añadía “ Tus pecados  te son perdonados”,  muy distinto  al que  practicaba Juan en el Jordán. Sin embargo, para referirse  a Jesús, emplea  el evangelista,  una expresión  literaria   nueva  y diferente   a la utilizada anteriormente por  Juan, muy de la tradición de los profetas:  el   Cordero   que  los sacerdotes de Israel  ofrecían como ofrenda   a Yahveh,   en agradecimiento  por su protección.  Independientemente del género literario, ya sea metafórico o  simbólico, el evangelista   pretende señalar  que    el verdadero  bautizo  que  perdona y quita  el pecado es el  de Jesús  y no el que practicaba Juan: uno con Espíritu y fuego, el otro  con agua del río Jordán. La expresión Cordero se corresponde con la imagen   bíblica de la  ofrenda a  Dios,  que identifica   con Jesús el elegido   y  Mesías

 Esta  interpretación, es  más plausible, aunque  ha   coexistido  en la tradición  cristiana con otra, muy extendida, de carácter sacrificial y expiatorio, que se  remonta     a  Abraham  cuando  intentó sacrificar la vida de su hijo  Isaac  a Yahveh. Según ésta  última interpretación, en las  palabras “Cordero que quita el pecado del mundo”,  queda  expresado el fundamento   de la  Redención, en  el que  Jesús   es el Cordero expiatorio, que con su muerte  se inmola  al Padre  para conseguir el perdón de los pecados  de  la humanidad,  dada la inmensa  ofensa realizada  por  ésta  a Dios. Sería muy conveniente  cambiar    algunos aspectos de este  lenguaje   que rezuma esta  interpretación   expiatoria, lejos  de la moderna  hermenéutica.

 

Un  aspecto interesante  a tener presente,  en el conocimiento y la amistad  que  unía  a    Juan y a Jesús, es el que  relata  (Mateo 11.2-5):

“Juan  que  en la cárcel  había  oído hablar de las obras de Jesús, envió  a sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú  el que has de venir o debemos esperar a otro?.   Jesús le respondió: Id y contad  a Juan lo que  oís  y veis: los ciegos  ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos  oyen, los  muertos  resucitan y  a los pobres  se les anuncia  la  Buena  Nueva, y dichoso  el que no se   escandalice de mí.”

Y otro texto similar al anterior, que escribe  el  evangelista ( Lucas  7.18-23) tras el encuentro  de  Jesús  con una  viuda, en la ciudad de Naín,  que acompañaba al cortejo de su  hijo   muerto y le resucitó. Esta noticia  llegó a  oídos de los discípulos  de Juan:

“Llevaron a Juan  sus discípulos, todas estas noticias. Entonces  él, llamando a dos de ellos  los envió a preguntarle: ¿Eres tú  el que ha de venir  o debemos esperar  a otro?. Y acercándose a él ( a Jesús) aquellos hombres, le dijeron: Juan el Bautista, nos envía a  preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir  o  debemos  esperar  a otro?.  En aquél momento, curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y malos espíritus y dio la vista a muchos ciegos. Y les respondió, Id y contad  a Juan lo que habéis  visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos   quedan limpios, los sordos  oyen, los muertos resucitan,  se anuncia  a los pobres  la  Buena Nueva y dichoso aquel  que no se escandalice de mí.”

En la respuesta  de Jesús a los discípulos  de Juan,   está la carta de presentación   a  Juan el Bautista, en la que le viene a decir:  estas son mis obras, esta es mi vida  y esta  es la salvación  que ofrezco,  para disipar cualquier  duda  acerca  de su identidad  como el  elegido de  Dios. No obstante,  Jesús soslaya  la pregunta  directa  y  centra el foco de su  misión   en las obras que realiza  curando  enfermedades  y dolencias. A continuación y tras la marcha de los discípulos de Juan, dirigiéndose  a la gente  que le escuchaba, Jesús   hizo  una  gran alabanza  de Juan, palabras que  ponen de manifiesto la   admiración y  reconocimiento  de la  extraordinaria labor  realizada por  Juan, como  mensajero  y precursor, mayor  que un profeta, de la que tenemos  constancia por  (Lucas 7.24-30) y (Mateo 11. 7-15), algo más extenso en este último,  cuyo texto  dice:

“Cuando éstos se marchaban,  comenzó Jesús  a hablar de Juan, a la gente. ¿ a qué salisteis a ver  en el desierto?, ¿ a ver una caña agitada por el viento?, ¿ a qué salisteis  a ver?, ¿un hombre con vestidos  finos?;  los que  usan vestidos  delicados están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta?.   Sí, os digo, y más que un profeta. Este es  de  quien  está escrito: he  aquí que yo envío mi mensajero  delante de ti,  que  preparará por delante tu camino. Os aseguro  que no ha surgido entre los hijos nacidos de mujer, uno mayor  que Juan el Bautista, pero el más  pequeño en el Reino de los Cielos, es mayor  que él. Desde los días de Juan el Bautista  hasta ahora, el Reino de los Cielos  sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Pues  todos los profetas y la Ley hasta Juan  profetizaron. Y si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba  a venir. El que tenga oídos  que oiga.”

El evangelista  pone  en boca de Jesús  las palabras que mucho  años antes pronunciara   Zacarías en ( Lucas 3.76), al   referirse   a Juan: Y tú niño serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor, para preparar sus caminos.”

 

                         ¿Es  actual el  Mensaje del Adviento?

 

Es procedente   formular esta pregunta  por varias razones.   En primer lugar, porque puede contribuir  a redescubrir  en el viejo arcón del Adviento    objetos  y joyas de gran valor que  han perdurado en la  tradición cristiana  y que en el mundo moderno   son  escasamente conocidos e infravalorados.

En segundo lugar, porque el Adviento  suscita  entre los cristianos la emoción de la noticia  del mensajero   anunciando  la  llegada  y cercanía de Dios, por caminos  insospechados  e insólitos,  ya sea construyendo un camino  en  el desierto, ya sea  rebajando las montañas  y montes  o elevando  los barrancos  y llanuras. Sin duda,  es un lenguaje muy lejano del usado por  la sociedad moderna. Aquel describe  constantemente  con  símbolos  y  metáforas   una imagen   llena de belleza y emoción, bien  con la voz  que  grita y rompe el silencio  del desierto  o en   la imperiosa necesidad   de construir  caminos y calzadas. ¿Realmente  necesita  Dios esos caminos para acercarse  a las  humanidad?.  Es un lenguaje poético  que  encontramos  parecido en el salmo 67 suplicando a Dios, que la luz de su rostro  nos ilumine  y alumbre  los caminos de la Tierra y nuestros caminos para  salir  a su encuentro.

 

 Finalmente,  porque el Adviento  proyecta luz y esperanza donde abundan sombras y oscuridad  en una  humanidad que  en la actualidad, como lo era en tiempos  de  Juan el Bautista,  también   sigue careciendo de esperanza, sufre  innumerables  tribulaciones  y dolencias, hambre, enfermedades, exclusión social, conflictos y fracturas sociales, conflictos armados, a pesar  de los innumerables  avances  científicos,  tecnológicos  y sociales, que han sido muy importantes. Son muchos millones personas  que viven en las sombras y en la penuria  y pocos  los que viven fuera de éstas. Por estas  razones, el mensaje del Adviento  es  de imperiosa actualidad: La esperanza y la utopía de la fraternidad cristiana, contra la desesperanza.   

Súbete a un monte alto, alegre mensajero de Sión, clama  con voz  poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades del orbe de la Tierra: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor  con poder.”

Y la voz de Jesús que resuena  con fuerza, entonces  y ahora: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos  quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y  a los pobres se les anuncia  la Buena Nueva.”.