viernes, 19 de junio de 2020

LOS CIENTIFICOS Y EL SUFRIMIENTO



    LOS  CIENTÍFICOS Y EL SUFRIMIENTO



El conjunto  de la sociedad y  de  los ciudadanos, consideran   que    la Ciencia y los científicos en sus distintas  especialidades, han realizado   los  mayores avances  y   conseguido numerosos  logros en su lucha  contra  el dolor y las enfermedades. A los investigadores científicos  y a quienes   han hecho de  su profesión   el cuidado de la salud y la  atención de  aquellos  cuya vida   está  en riesgo,  corresponde  la  búsqueda de  una   respuesta  eficaz, para erradicar o mitigar   el sufrimiento de la  Humanidad en cualquiera de  sus  manifestaciones. Sin embargo, no  siempre los  científicos han actuado por  caminos   inspirados  en  un  espíritu   solidario y  altruista. Lamentablemente, en numerosas  ocasiones  ha estado  al servicio de fines  militares  y económicos


                            En la Antigüedad 


La atención  prestada  por  la Ciencia  al sufrimiento  de las personas, se remonta  a la antigüedad  con el  inicio  del conocimiento y la práctica de la  Medicina  y de la Biología,  en Grecia y con anterioridad  en  Egipto. La primera  escuela  dedicada a la Medicina fue  en la ciudad griega de Cnido, fundada  por  Alcmeón de Crotona  en el  siglo VII a.C. aplicando   una metodología que le  permitía  definir la  tipología de  las enfermedades, mediante  un  diagnóstico  de las enfermedades a partir de las  características comunes  a la misma, de las  que el enfermo sería  un caso particular.  Posteriormente,  en el siglo V y IV  a.C. la escuela de Cos, fundada por   Hipócrates,  aplicó un método algo   distinto  al de la escuela de  Cnido. Para Hipócrates lo relevante  era  la  observación de los  síntomas de cada enfermo,  para  diagnosticar su cuadro clínico, habida cuenta  que  no existían enfermedades  sino  enfermos,   por causa de los desajustes  y desequilibrios entre los distintos  humores que tenía el cuerpo humano. Una y otra  escuela,  aportaron a la Ciencia el método empírico,  en la  Anatomía, Fisiología y Biología. La escuela   promovida  por Hipócrates,   conoció  y asumió los   estudios   sobre  Biología, Zoología, Botánica y Geología, escritos  por  Aristóteles  en sus obras   “Física”,  “Historia Animalium” y “Metereológica”  en el siglo  IV a.C. y en su conjunto    formaron  un  cuerpo doctrinal  cuya influencia, muy  notable,  duró toda  la Edad Media .


No menos importante   en la  historia  de la Medicina  fue  C. Galeno  en el siglo  II  d. C que  aplicó  diversos   remedios  y tratamientos  para  curar  las dolencias  del cuerpo humano, muy influido por la tradición doctrinal de  Hipócrates y de  Aristóteles. Su contribución   fue  notable  en  la  Anatomía, Fisiología,  Neurología  y en otros campos  de disciplinas, recopiladas parcialmente  en sus obras “Arte de la Medicina y la Terapéutica· y  De los preparados y los poderes de los remedios”. Sus  primeras experiencias  tuvieron  lugar  en la ciudad de Pérgamo, de donde era  natural, como  médico de la escuela de gladiadores. Años más tarde, fue  llamado    a la corte del  emperador  Marco Aurelio, de su hijo  Cómodo y del emperador  Séptimio  Severo,   donde ejerció un verdadero magisterio de la Medicina sobre todos los centros y escuelas médicas  del Imperio. C. Galeno  describió  en sus escritos los efectos   producidos  por  una   epidemia, de la que se duda si fue   de viruela  o sarampión,  conocida con el nombre de la peste antonina, de la que fue  testigo, durante  los años 165-180 d.C. Se originó en las legiones romanas  que libraban  sus batallas  en Mesopotamia, y que se extendió por todo el imperio, llegando  incluso hasta  Roma. Su obra   fue estudiada  hasta  la Edad Moderna. 


                        En la  Edad  Media


Tras  las conquistas del Islam a partir del  siglo VII, en Oriente Medio, Norte de África y  Al Andalus, una vez  consolidado   el califato de  Bagdad, la cultura  árabe  entró en contacto  con el pensamiento científico   greco  romano y  contribuyó a recuperar y  a difundir  la cultura clásica  en  Occidente. Durante los siglos IX, X y XI destacaron los  médicos Abu Bakr al Razi, de origen  persa, que escribió numerosos libros de los que  cabe  destacar ”Sobre la viruela y el sarampión” y el  “Tratado  médico para Al Mansur”, entre otros,  y  Avicena, igualmente médico natural de Uzbekistán, que escribió “El Libro de la Curación” y “ El Canon de la Medicina”   cuyas  obras, notablemente  influidas  por  Galeno, contribuyeron a difundir su pensamiento    en todo este período.  A ellos  hay  que añadir  la autoridad   que ejerció  Maimónides,  natural de Córdoba, en el siglo XII, que escribió una  Guía de la buena  Salud” y un “Tratado sobre los Venenos”,  y  Avempace ( Ibn Bayya) natural de  Zaragoza del siglo  XII,  que ejerció como médico y fue un estudioso de la  Filosofía,   la Física, la  Astronomía, las  Matemáticas, la  Botánica  además de la Medicina, muy influido  por  el pensamiento de   Aristóteles.


 En la Baja Edad Media, tuvo lugar un notable  auge de la Medicina  en  varias  ciudades  europeas, destacando en el siglo  XII  la Escuela de Medicina  de  Salerno  en la que se formó  y ejerció   el prestigioso  cirujano  Rogerio de  Salerno  que escribió “Practica Chirurgiae”,  cuyos  conocimientos y  la praxis de  otros  médicos, fueron  compilados en la obra  “Regimen Sanitatis  Salernitanum”.  Esta obra  y singularmente  “El Canon de la Medicina  de   Avicena,  tuvieron  una gran   influencia   en los planes de estudio  de  las   Escuelas de Medicina  que  surgieron   en las   Universidades  de  Montpellier, Bolonia, Padua  y  Paris, creadas  en el siglo XIII.  El progreso de la Cirugía  fue  muy desigual  en la Europa  medieval,   orientada al conocimiento de la  Anatomía y a  la traumatología habida cuenta  de  las  heridas  y fracturas, principalmente  en la medicina  militar,  en la que destacó  el cirujano francés Enrique de Mondeville, formado en la universidad de Bolonia. Sin embargo  la Cirugía, fue excluida  de las enseñanzas   de  varias  universidades europeas  y estaba  reservada  a los barberos, salvo en las  universidades  italianas, en las que  fue  enseñada para  la realización de autopsias, cesáreas y otras dolencias. El progreso de la  Cirugía   llegó a la Oftalmología, principalmente  para  quitar  las cataratas  complementada  esta práctica  con la invención de las gafas,  atribuida a Roger  Bacon en su obra “Opus Majus” a mediados del siglo  XIII. Testimonio  del uso de las gafas  son las palabras  del poeta  Petrarca,  a mediados del siglo XIV  en su obra autobiográfica “Cartas a la Posteridad”:

“Durante mucho tiempo, he tenido una vista muy aguda que, contrariamente a mis esperanzas, me abandonó cuando tenía casi  sesenta años, de forma  que hube de buscar  la ayuda de las gafas para mi molestia.”

Muy distinto  fue el  escaso progreso  de la Medicina  y  de  los métodos  científicos  en el siglo XIV,  ante  el  asombro  y la  impotencia de los médicos  medievales para combatir  la peste bubónica  o   Peste  Negra, iniciada  en Oriente  hacia 1433  y extendida  por toda Europa a partir de 1348, llegando a Rusia   en la década  de 1450. Los antecedentes  de  esta pandemia  quedaban  muy lejanos   en el recuerdo,  acontecida en la  época del emperador  Justiniano,  en el siglo VI d.C. cuando una epidemia  se  propagó  por gran parte del  Imperio Bizantino.  Las  consecuencias de lo sucedido a partir de 1348   fueron  enormes  en pérdida de vidas humanas  y en daños materiales. En esta lucha,  la Ciencia medieval no encontró  tratamiento médico  que pudiera erradicarla, recurriendo al aislamiento  y confinamiento  de los habitantes  de las ciudades, impidiendo  el acceso    de  foráneos  y  extraños; a medidas  de higiene, al saneamiento  de   los vertidos  de  aguas residuales  en calles  y  cloacas;  y a  la vida retirada  en  aldeas y  ambientes rurales  con menor  concentración de población. En los documentos  de la época, hay constancia  de la entrega  de los médicos  y  sus colaboradores, su capacidad de observación para describir los síntomas de la  enfermedad, la identificación  de la misma  y  los  tratamiento  al uso, para desinfectar y limpiar las erupciones y bultos  de la  piel, de escasa eficacia para su curación.  Tardaron  los científicos  muchos años   en identificar  el agente causante de esta pandemia y disponer  de  un  tratamiento  eficaz.


Una de las  infraestructuras más destacada, que  contribuyó a  paliar   el sufrimiento  en la  Baja Edad Media  fue la progresiva   construcción  de  hospitales, a medida  que  las  ciudades crecieron  y se extendieron  por  toda  Europa. Eran conocidos   con  anterioridad, desde  la época del  emperador  Constantino y se extendieron  en el  Imperio Bizantino, sirviendo de precedentes las enfermerías y asilos de los  monasterios del Cister y de Cluny. Será con  el  crecimiento de  las ciudades  medievales,  cuando  llegarían a ser  unas instituciones  asistenciales de  cierta  importancia,  que construyeron  las Ordenes  Hospitalarias, como la de Santa  María della Scala  en Siena  en el siglo  IX  y la de San Juan de  Jerusalén  en el siglo XI. De  hecho, en los numerosos  hospitales  medievales de las ciudades, los enfermos  más pobres  de la sociedad eran   atendidos    con un   gran espíritu de generosidad y solidaridad de quienes  les tenían a su cargo.        


                        En la Edad Moderna


En este nuevo  periodo  que  abarca  los siglos XVI, XVII y XVIII, se asistió a  un movimiento  intelectual  muy intenso  que  es denominado     revolución  científica,  en diferentes  campos  de  la Ciencia:  Física,  Astronomía, Matemáticas, Medicina,  Química y Biología. En estos años,  las  Matemáticas,  la  Física  y la Astronomía alumbraron   el nuevo paradigma copernicano, sustituyendo  el  antiguo de C. Ptolomeo, con una  nueva  concepción  científica, en la que  el planeta  Tierra   giraba  en torno  al Sol y no  como argumentaba C. Ptolomeo. En este  cambio de paradigma   fueron  decisivos  N. Copérnico  y las  observaciones realizadas  por  T. Brahe y su ayudante, J. Kepler, excelente matemático y astrónomo  que  perfeccionaron el nuevo modelo  de N. Copérnico,  además de  Galileo  y de  I. Newton.  A ellos hay  que añadir   otros  grandes científicos, tales como  R. Descartes  y G.W. Leibniz  en la disciplina de las Matemáticas, aunque  son más conocidos  generalmente  por su dedicación a   la disciplina de la  Filosofía de la Ciencia  y a la  Teología,, que  también   ocupaba  parte de sus  inquietudes intelectuales. 

 En este contexto,  la  Medicina superó  la concepción  de C. Galeno,  y progresó    con las  aportaciones  realizadas por grandes  médicos de la época, como A. Vesalio  a la  Anatomía  en el siglo  XVI.   Estudió  Medicina en la Universidad de Paris y Padua  y ejerció la medicina  y   fue  profesor en las  Universidades de Padua, Pisa y Bolonia, así como en la corte de los Médicis, del emperador  Carlos V y de Felipe  II. Su obra  De  Humanis  Corporis Fábrica” tuvo una gran influencia posterior. Igualmente, W. Harvey,  natural de  Inglaterra y educado  en la Universidad de  Padua, y en Cambridge,  con una formación   influida por médicos y profesores   italianos, impartió  su docencia  en  el Colegio de  Médicos de  Londres y al que  se le reconoce la formulación  de la doble  circulación de la sangre y las propiedades  de la sangre  en su obra  “Exercitatio Anatómica de Motu Cordis et Sanguinis  in Animalibus”.  Su  aportación   cambió  la doctrina de  Galeno  sobre la circulación sanguínea y   sobre la sangre, a través del método experimental, rechazando  la existencia  de dos  clases de sangre:  la que producía  el hígado y circulaba  por las venas, de una parte,  y la  que  circulaba   por las arterias  que era  producida  por el corazón.  Para W. Harvey el flujo  de sangre era  único y no procedía del hígado o del corazón, sino que constataba la existencia de un doble  circuito,  por el que, el  caudal de sangre  que entra  en los pulmones por las venas, con un nivel muy  bajo de oxígeno,  sale  de los pulmones  oxigenada,  por las arterias y la distribuye  a  todos los tejidos  del cuerpo. Aquellas  ideas  provocaron una gran resistencia  en la comunidad   científica, inicialmente,  aunque  ya  había  sido defendida,  en parte , muchos  años  antes  por M. Servet, natural de  Aragón   y educado en  la Universidad de  Paris, en su obra  Restitucio  Christianimi”, así  como  por  R. Descartes  en su obra “ Descripcion del Cuerpo  Humano”.  Otro importante   médico de la época, S. Santorio, orientó  su práctica  médica  a diseñar  instrumentos de  medida de la temperatura  y del pulso  para diagnosticar a los enfermos y prestó  mucha  atención al estudio empírico  del metabolismo basal.


Asimismo,  la  Alquimia conocida desde  la antigüedad, identificó en la  Ciencia  de  Grecia, los cuatro elementos constituyentes de la materia ( agua, fuego, aire y tierra  )    y  prosiguió   en  la  Alquimia   medieval de los árabes.   Ésta dedicó  gran atención  a investigar las propiedades  de los metales y al análisis de  distintos  procesos  químicos necesarios   para su transformación, como se pone de manifiesto   en la obra   Secretum Secretorum”, del médico Abu Bakr  al-Razi, ya citado.  La  Química  moderna, se inició   con   los avances  de   Boyle  y Marriot en el siglo  XVII, cuyos  estudios   sobre los gases   es conocida como ley de  Boyle- Marriot. Asimismo  con    Lavoisier del  siglo XVIII, a quien se le considera  padre de la  Química  moderna, con sus investigaciones  acerca de la conservación  de la materia,   la identificación  del oxígeno, los gases de la combustión,  la composición del  agua (oxígeno y  hidrogeno) y la composición del aire (nitrógeno y oxígeno ) de  cuyas obras destaca  el “Tratado elemental de  Química”.  Sin embargo,   será  en  los  siglos siguientes,  cuando    los avances  científicos  de la  Química  y  la  Bioquímica   alcanzarán  unos  niveles de desarrollo extraordinarios.


                En la Edad Contemporánea


En el transcurso  de este periodo de la historia,  el desarrollo científico  y técnico    ha puesto  la tecnología y los avances  científicos, con mucha   frecuencia,  al servicio de la  fabricación y perfeccionamiento  de  las  armas   de fuego,  armas  nucleares  y químicas que constituyen una verdadera  amenaza   para la supervivencia  de la humanidad  y del planeta  Tierra.  Sin  embargo, es justo reconocer  que los científicos, en  este tiempo,  también  ha librado las principales  batallas con éxito, contra numerosas  enfermedades  y  epidemias  que dejaron  mucho  dolor  y sufrimiento.


Contra  la viruela, el cólera  y la tuberculosis


El progreso de la  Medicina y la  Microbiología han contribuido al descubrimiento de  las  vacunas,   desde   que  E. Jenner, médico  inglés,   en  1796 demostró  la eficacia  de una vacuna  contra la viruela. Esta  vacuna  permitió  progresivamente,  desde el inicio del  siglo  XIX, controlar   las  epidemias   de viruela que  hacían estragos en  Europa y en la población autóctona  americana,  y  dio  lugar a la expedición que organizó  el médico  Balmis, de la corte de   Carlos  IV,  iniciativa  que  permitió  llevar  a América  un  grupo de niños que previamente  habían sido vacunados. 

 Varias décadas más tarde, F. Pacini, médico italiano,  identificó en 1854, la bacteria  vibrio  cholerae y años  después,  gracias  al  estudio de  L. Pasteur en 1880  sobre el cólera  aviar,  y de  R. Koch, investigador y biólogo  alemán, se  descubrió  el bacilo  de la tuberculosis en 1882, y también    de la bacteria  del cólera  en 1883. Era un gran  paso en la investigación  científica, la identificación de la bacteria, pero  era necesario  encontrar  un arma decisiva  contra   el cólera y la tuberculosis. Este  sería el gran descubrimiento de J. Ferrán i Clúa, nacido  en  Corbera  del Ebro, de la provincia de Tarragona, y residente en Tortosa  donde  ejercía la medicina  y disponía de un laboratorio de microbiología. Admirador  y continuador de la metodología  desarrollada por Koch y   Pasteur, fue el que  descubrió  la vacuna  contra  el cólera,  la tuberculosis y el tifus. Su  trabajo  científico es digno  de admiración,  por la constancia  y tenacidad  que demostró, tras ser  comisionado por el Ayuntamiento de Barcelona  en el año 1884  para que viajase a Marsella, ciudad que  venía padeciendo  una  epidemia de  cólera, y  tomara  varias  muestras de enfermos  que depositó  en cinco envases. A su regreso a Barcelona, J. Ferrán fue interceptado en la frontera franco española por los servicios  de  aduana  españoles, que habían  recibido instrucciones  de  confiscar todas las muestras obtenidas  de enfermos  franceses de   cólera, según la orden recibida del Ministro de la Gobernación.  El azar  permitió  que J. Ferrán  consiguiera conservar una de las muestras de las cinco  que llevaba consigo y empezó  a preparar  la primera vacuna contra el cólera,  no sin antes  vencer  dificultades  administrativas y críticas infundadas de  importantes  sectores de la Medicina.


Contra la peste bubónica  y la  gripe


Una  iniciativa  promovida  por el Gobierno   francés  y el Instituto  Pasteur, con una delegación representada por A. Yersin,   especialista  en bacteriología  de una parte,  y del Gobierno  japonés  y el  Instituto Koch alemán con una delegación  representada  por K. Shibasaburo, que trabajaba  como  bacteriólogo,   para el  Instituto  Koch, dio  resultado,  tras  visitar  y permanecer  en  Hong  Kong durante  el  año 1894,  investigando   el origen  de la peste  bubónica  presente  en ese territorio. Los dos   investigadores, lograron  identificar    el origen de la  enfermedad y la cadena de transmisión. Se trataba de una bacteria  hospedada  en  las ratas,  que a su vez  las pulgas  transmitían  a los seres  humanos, por medio de sus picaduras. En honor  a uno de sus  descubridores,  la bacteria se  la denominó  Yersinia pestis. Sin embargo,  el tratamiento decisivo para   erradicarla hubo de esperar  a  los desarrollos de la penicilina descubierta  por  A. Fleming,  en la década  de los  años  20 del siglo XX, y perfeccionada   en las años  posteriores a la  Segunda  Guerra Mundial.


 En los inicios del nuevo  siglo  sobrevino    la  Gran Guerra  de 1914-1918  en gran parte de Europa,  con todo el dolor, desolación y muerte  que   llevó consigo la violencia. Camuflada  entre  la destrucción bélica apareció  una  nueva epidemia desconocida:  la gripe, mal denominada  gripe española, porque  dado  que España  fue neutral en el conflicto  armado, y no existía  la censura,  se informó  de sus efectos y consecuencias. Una vez   firmada la Paz de Versalles, los científicos iniciaron  la investigación  para hacer frente a  la epidemia,  y dos décadas  más tarde, en 1940  los investigadores norteamericanos   T. Francis y  J. Sak  crearon  la  primera vacuna  contra la gripe  común, en la Universidad de Michigan, con financiación del  ejército  norteamericano, vacuna  que  pudo utilizarse en la  Segunda Guerra Mundial. En los años  1957 y  1958, tuvo lugar  una  nueva oleada  de gripe   asiática, tipo aviar, cuyos efectos aún recordamos  los niños de entonces, y que se estimó  en al menos,  un millón de muertos a nivel mundial.


Otros  avances de la Ciencia


En  el terreno de  la  Química,  además de   Boyle, Marriot y Lavoisier, ya citados,    impulsaron la investigación  química,  en el siglo XVIII: Dalton, Frobenius, que    descubrió  las propiedades  del éter  y Priestley,  que  comprobó  los efectos  del    óxido nitroso,  para aliviar  el dolor. No obstante,  serían   varias décadas más  tarde  cuando el médico  C.W. Long   aplicó  el  éter  en  una  intervención  quirúrgica, realizada en   1842  en Estados Unidos. En los partos, para reducir el dolor se generalizó el uso del éter y el  cloroformo  que moderaba   los  efectos más  molestos  del  éter;   se     aplicó en el parto de la reina  Victoria  de Inglaterra por  el doctor J. Snow,  cuando dio a luz   a su hijo  Leopoldo, anestesia  que  se utilizó  hasta  la  segunda  mitad del siglo  XX. Desde entonces,  nuevos fármacos se han  utilizado  en sustitución del cloroformo.  Otros  avances de la  Química, fueron impulsados   en el siglo  XIX,  por D. Mendeleev,  cuyas investigaciones   se  centraron  en los  componentes químicos básicos  y ordenó  la  denominada   Tabla  Periódica de Elementos  Químicos, con los antecedentes de las investigaciones ya conocidas.   


 Las  investigaciones  sobre la  evolución y  la  Biología  de  A. Wallace y C. Darwin en el siglo  XIX,  dio lugar  a la publicación de  “ El Origen de las Especies”, escrita  por  C. Darwin, así como  las  investigaciones realizadas por  G. Mendel  formulando las  leyes   de la  Genética. El conocimiento  del ADN  y del genoma  humano en el siglo  XX  y  el avance de la ingeniería  genética,  han acelerado de forma  extraordinaria, las posibilidades  de conocer   y tratar adecuadamente a  numerosas enfermedades. Asimismo, el desarrollo de  la biotecnología,  la nanotecnología y de los nuevos  materiales en el siglo  XXI, han abierto  nuevos  horizontes y están  contribuyendo eficazmente,  a  mejorar  la salud  de la  Humanidad.  


 El importante desarrollo  de  la Química  y la Biología, y su  contribución  a la  Medicina,  se  ha   visto   reconocido  en  la  concesión  del   Premio Nobel  a  numerosos     investigadores, de entre  los que  recordamos:  a  Santiago  Ramón y Cajal    el Premio Nóbel de  Medicina  en 1906 y a quien se le considera  el padre de la  Neurociencia;   a  Marie  Curie    el  Premio  Nobel  de  Química  en 1911;  a  Linus  Pauling,    el Premio Nobel de  Química  en el año 1954, así como el  Premio Nobel de la  Paz  en 1962;   a  Severo  Ochoa,     el  Premio Nobel de  Fisiología y Medicina  en el  año 1959;    a Max F. Perutz  el  Premio Nobel  de  Química  en el año 1962;   a  Francis Crick  y a James  Dewey Watson,   el Premio Nobel  de  Medicina  en el  año 1962;  a Francoise Jacob  el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 1965;  a  Christiane  Nusslein-Volhard,   el  Premio Nobel de  Fisiología  y Medicina  en el año 1995.   Y  aunque no alcanzó el prestigioso   galardón  por  su  fallecimiento  en plena juventud, es de justicia,  citar  a  Rosalind  Franklin a quien se la considera pionera  en la investigación  de la estructura   del ADN  en el campo de la  Genética.


En la  Física, con sus  avances   al servicio de la Medicina, destacan M.  Faraday  en el siglo   XIX   que descubrió las leyes que  regulan  el electro magnetismo  y  la  electrólisis,  perfeccionadas  por  su discípulo y continuador  de  las investigaciones, J. Maxwell,   del mismo siglo, que  relacionó  la electricidad  con las ondas  hertzianas. En este  mismo  sentido  hay  que señalar a  M. Curie,  Premio Nobel  de Física  en 1903 y del citado  Nobel  en  Química  en  1911, cuyas  investigaciones  se  centraron  en las propiedades  del  radio  y el polonio. Tanto los  avances del electro magnetismo   como  la  electrólisis  y  la propiedades  del radio han  contribuido a desarrollar sus  aplicaciones  en  las modernos equipos  de radiografía  y resonancia,   para la detección de enfermedades.  


                         Reconocimiento  y nuevos  caminos


Ante   la  extraordinaria  labor  realizada  por las distintas  especialidades de la Ciencia  en el transcurso de la historia, para  mitigar y reducir  el sufrimiento de la  Humanidad, de una parte,  y conscientes también  de  que  han  contribuido   a  la carrera armamentista, de otra,  sería  muy deseable que la salud  de la humanidad prevalezca como su objetivo    esencial. Finalmente, sólo cabe  expresar  nuestra  gratitud  por  la    generosidad,  esfuerzo y  riesgos que  han sobrellevado  muchos científicos/as médicos/as, enfermeras/os, personal  sanitario  y auxiliares en hospitales,  centros de salud y centros de mayores, al   acompañar a  millones  de personas  enfermas  y  al final de sus vidas, con un único propósito: curarlas  y salvarlas.


Sin embargo,  los males  y padecimientos  de  la   Humanidad,  en los  que la  Ciencia, puede  contribuir de una  u  otra forma  a paliarlos, necesitan  de  otras  respuestas, principalmente  frente   al sufrimiento de origen  moral, de naturaleza  mixta y causados por el mal de la cultura  moderna. Para éstos,   se   necesitan   no sólo de la investigación  científica y atención sanitaria, sino de otros  saberes y disciplinas  del conocimiento, que  están   en la  Ética,  en  la  Filosofía, en las  Ciencias  Sociales  y en las  cosmovisiones  de las Religiones. Estas   nuevas perspectivas y reflexiones,   pueden abrir   otros   caminos por los que transitar  y reducir  el sufrimiento.




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