LOS CIENTÍFICOS Y EL SUFRIMIENTO
El conjunto de la
sociedad y de los ciudadanos, consideran que
la Ciencia y los científicos en sus distintas especialidades, han realizado los mayores avances y conseguido numerosos logros en su lucha contra
el dolor y las enfermedades. A los investigadores científicos y a quienes
han hecho de su profesión el cuidado de la salud y la atención de
aquellos cuya vida está en
riesgo, corresponde la
búsqueda de una respuesta eficaz, para erradicar o mitigar el sufrimiento de la Humanidad en cualquiera de sus
manifestaciones. Sin embargo, no
siempre los científicos han
actuado por caminos inspirados
en un espíritu
solidario y altruista.
Lamentablemente, en numerosas
ocasiones ha estado al servicio de fines militares
y económicos
En la Antigüedad
La atención
prestada por la Ciencia
al sufrimiento de las personas,
se remonta a la antigüedad con el
inicio del conocimiento y la
práctica de la Medicina y de la Biología, en Grecia y con anterioridad en
Egipto. La primera escuela dedicada a la Medicina fue en la ciudad griega de Cnido, fundada por Alcmeón de Crotona en el siglo VII a.C. aplicando una metodología que le permitía definir la
tipología de las enfermedades,
mediante un diagnóstico de las enfermedades a partir de las características comunes a la misma, de las que el enfermo sería un caso particular. Posteriormente, en el siglo V y IV a.C. la escuela de Cos, fundada por Hipócrates,
aplicó un método algo distinto al de la escuela de Cnido. Para Hipócrates lo relevante era la
observación de los síntomas de
cada enfermo, para diagnosticar su cuadro clínico, habida
cuenta que no existían enfermedades sino
enfermos, por causa de los
desajustes y desequilibrios entre los
distintos humores que tenía el cuerpo
humano. Una y otra escuela, aportaron a la Ciencia el método empírico, en la Anatomía,
Fisiología y Biología. La escuela
promovida por Hipócrates, conoció
y asumió los estudios sobre
Biología, Zoología, Botánica y Geología, escritos por Aristóteles en sus obras
“Física”, “Historia Animalium” y “Metereológica” en el siglo
IV a.C. y en su conjunto
formaron un cuerpo doctrinal cuya influencia, muy notable,
duró toda la Edad Media .
No menos importante en la
historia de la Medicina fue C. Galeno
en el siglo II d. C
que aplicó diversos
remedios y tratamientos para
curar las dolencias del cuerpo humano, muy influido por la
tradición doctrinal de Hipócrates y
de Aristóteles. Su contribución fue notable en
la Anatomía, Fisiología, Neurología
y en otros campos de disciplinas,
recopiladas parcialmente en sus obras “Arte de la Medicina y la Terapéutica· y
“De
los preparados y los poderes de los remedios”.
Sus primeras experiencias tuvieron
lugar en la ciudad de Pérgamo, de
donde era natural, como médico de la escuela de gladiadores. Años más
tarde, fue llamado a la corte del emperador
Marco Aurelio, de su
hijo Cómodo y del emperador Séptimio
Severo, donde ejerció un
verdadero magisterio de la Medicina sobre todos los centros y escuelas médicas del Imperio. C. Galeno describió en sus escritos los efectos producidos
por una epidemia, de la que se duda si fue de viruela
o sarampión, conocida con el
nombre de la peste antonina, de la que fue
testigo, durante los años 165-180
d.C. Se originó en las legiones romanas
que libraban sus batallas en Mesopotamia, y que se extendió por todo el
imperio, llegando incluso hasta Roma. Su obra fue
estudiada hasta la Edad Moderna.
En la Edad Media
Tras las conquistas
del Islam a partir del siglo VII, en
Oriente Medio, Norte de África y Al
Andalus, una vez consolidado el califato de Bagdad, la cultura árabe
entró en contacto con el
pensamiento científico greco romano y
contribuyó a recuperar y a difundir la cultura clásica en
Occidente. Durante los siglos IX, X y XI destacaron los médicos Abu
Bakr al Razi, de origen persa, que
escribió numerosos libros de los que
cabe destacar ”Sobre la viruela y el sarampión” y el “Tratado
médico para Al Mansur”, entre otros,
y Avicena, igualmente médico natural de Uzbekistán, que escribió “El Libro de la Curación” y “ El Canon de la
Medicina” cuyas
obras, notablemente influidas por
Galeno, contribuyeron a difundir su pensamiento en todo este período. A ellos
hay que añadir la autoridad
que ejerció Maimónides, natural de
Córdoba, en el siglo XII, que escribió una
“Guía de la buena Salud” y un “Tratado sobre los Venenos”, y Avempace ( Ibn Bayya) natural de Zaragoza del siglo XII,
que ejerció como médico y fue un estudioso de la Filosofía,
la Física, la Astronomía, las Matemáticas, la Botánica
además de la Medicina, muy influido
por el pensamiento de Aristóteles.
En la Baja Edad Media, tuvo lugar un notable auge de la Medicina en varias ciudades europeas, destacando en el siglo XII la Escuela de Medicina de Salerno en la que se formó y ejerció el prestigioso cirujano Rogerio de Salerno que escribió “Practica Chirurgiae”, cuyos conocimientos y la praxis de otros médicos, fueron compilados en la obra “Regimen Sanitatis Salernitanum”. Esta obra y singularmente “El Canon de la Medicina” de Avicena, tuvieron una gran influencia en los planes de estudio de las Escuelas de Medicina que surgieron en las Universidades de Montpellier, Bolonia, Padua y Paris, creadas en el siglo XIII. El progreso de la Cirugía fue muy desigual en la Europa medieval, orientada al conocimiento de la Anatomía y a la traumatología habida cuenta de las heridas y fracturas, principalmente en la medicina militar, en la que destacó el cirujano francés Enrique de Mondeville, formado en la universidad de Bolonia. Sin embargo la Cirugía, fue excluida de las enseñanzas de varias universidades europeas y estaba reservada a los barberos, salvo en las universidades italianas, en las que fue enseñada para la realización de autopsias, cesáreas y otras dolencias. El progreso de la Cirugía llegó a la Oftalmología, principalmente para quitar las cataratas complementada esta práctica con la invención de las gafas, atribuida a Roger Bacon en su obra “Opus Majus” a mediados del siglo XIII. Testimonio del uso de las gafas son las palabras del poeta Petrarca, a mediados del siglo XIV en su obra autobiográfica “Cartas a la Posteridad”:
“Durante mucho tiempo,
he tenido una vista muy aguda que, contrariamente a mis esperanzas, me abandonó
cuando tenía casi sesenta años, de
forma que hube de buscar la ayuda de las gafas para mi molestia.”
Muy distinto fue
el escaso progreso de la Medicina y de los métodos
científicos en el siglo XIV, ante el asombro
y la impotencia de los
médicos medievales para combatir la peste bubónica o Peste
Negra, iniciada en Oriente hacia 1433
y extendida por toda Europa a
partir de 1348, llegando a Rusia en la
década de 1450. Los antecedentes de
esta pandemia quedaban muy lejanos
en el recuerdo, acontecida en
la época del emperador Justiniano,
en el siglo VI d.C. cuando una epidemia
se propagó por gran parte del Imperio Bizantino. Las consecuencias de lo sucedido a partir de 1348 fueron
enormes en pérdida de vidas
humanas y en daños materiales. En esta
lucha, la Ciencia medieval no
encontró tratamiento médico que pudiera erradicarla, recurriendo al
aislamiento y confinamiento de los habitantes de las ciudades, impidiendo el acceso
de foráneos y
extraños; a medidas de higiene, al
saneamiento de los vertidos
de aguas residuales en calles
y cloacas; y a la
vida retirada en aldeas y
ambientes rurales con menor concentración de población. En los
documentos de la época, hay
constancia de la entrega de los médicos y sus colaboradores,
su capacidad de observación para describir los síntomas de la enfermedad, la identificación de la misma
y los tratamiento
al uso, para desinfectar y limpiar las erupciones y bultos de la
piel, de escasa eficacia para su curación. Tardaron
los científicos muchos años en identificar el agente causante de esta pandemia y disponer de un tratamiento
eficaz.
Una de las
infraestructuras más destacada, que
contribuyó a paliar el sufrimiento en la
Baja Edad Media fue la progresiva construcción
de hospitales, a medida que
las ciudades crecieron y se extendieron por
toda Europa. Eran conocidos con
anterioridad, desde la época
del emperador Constantino y se extendieron en el
Imperio Bizantino, sirviendo de precedentes las enfermerías y asilos de
los monasterios del Cister y de Cluny. Será
con el
crecimiento de las ciudades medievales, cuando
llegarían a ser unas instituciones asistenciales de cierta
importancia, que construyeron las Ordenes
Hospitalarias, como la de Santa
María della Scala en Siena en el siglo
IX y la de San Juan de Jerusalén
en el siglo XI. De hecho, en los
numerosos hospitales medievales de las ciudades, los enfermos más pobres
de la sociedad eran atendidos con un gran espíritu de generosidad y solidaridad de
quienes les tenían a su cargo.
En la Edad Moderna
En este nuevo periodo que abarca los siglos XVI, XVII y XVIII, se asistió a un movimiento intelectual muy intenso que es denominado revolución científica, en diferentes campos de la Ciencia: Física, Astronomía, Matemáticas, Medicina, Química y Biología. En estos años, las Matemáticas, la Física y la Astronomía alumbraron el nuevo paradigma copernicano, sustituyendo el antiguo de C. Ptolomeo, con una nueva concepción científica, en la que el planeta Tierra giraba en torno al Sol y no como argumentaba C. Ptolomeo. En este cambio de paradigma fueron decisivos N. Copérnico y las observaciones realizadas por T. Brahe y su ayudante, J. Kepler, excelente matemático y astrónomo que perfeccionaron el nuevo modelo de N. Copérnico, además de Galileo y de I. Newton. A ellos hay que añadir otros grandes científicos, tales como R. Descartes y G.W. Leibniz en la disciplina de las Matemáticas, aunque son más conocidos generalmente por su dedicación a la disciplina de la Filosofía de la Ciencia y a la Teología,, que también ocupaba parte de sus inquietudes intelectuales.
En este contexto, la
Medicina superó la
concepción de C. Galeno, y progresó
con las aportaciones realizadas por grandes médicos de la época, como A. Vesalio a la
Anatomía en el siglo XVI.
Estudió Medicina en la
Universidad de Paris y Padua y ejerció
la medicina y fue profesor en las Universidades de Padua, Pisa y Bolonia, así
como en la corte de los Médicis, del emperador
Carlos V y de Felipe II. Su
obra “De Humanis Corporis Fábrica” tuvo una gran
influencia posterior. Igualmente, W. Harvey, natural de Inglaterra y educado en la Universidad de Padua, y en Cambridge, con una formación influida por médicos y profesores italianos, impartió su docencia
en el Colegio de Médicos de
Londres y al que se le reconoce la
formulación de la doble circulación de la sangre y las
propiedades de la sangre en su obra
“Exercitatio Anatómica de Motu
Cordis et Sanguinis in Animalibus”. Su
aportación cambió la doctrina de Galeno sobre la circulación sanguínea y sobre la sangre, a través del método
experimental, rechazando la
existencia de dos clases de sangre: la que producía el hígado y circulaba por las venas, de una parte, y la
que circulaba por las arterias que era
producida por el corazón. Para W.
Harvey el flujo de sangre era único y no procedía del hígado o del corazón,
sino que constataba la existencia de un doble
circuito, por el que, el caudal de sangre que entra
en los pulmones por las venas, con un nivel muy bajo de oxígeno, sale de
los pulmones oxigenada, por las arterias y la distribuye a
todos los tejidos del cuerpo.
Aquellas ideas provocaron una gran resistencia en la comunidad científica, inicialmente, aunque
ya había sido defendida, en parte , muchos años
antes por M. Servet, natural
de Aragón y educado en
la Universidad de Paris, en su
obra “Restitucio Christianimi”,
así como
por R. Descartes en su obra “ Descripcion del Cuerpo Humano”.
Otro importante médico de la época, S. Santorio,
orientó su práctica médica
a diseñar instrumentos de medida de la temperatura y del pulso
para diagnosticar a los enfermos y prestó mucha
atención al estudio empírico del
metabolismo basal.
Asimismo, la Alquimia conocida desde la antigüedad, identificó en la Ciencia de Grecia, los cuatro elementos constituyentes de la materia ( agua, fuego, aire y tierra ) y prosiguió en la Alquimia medieval de los árabes. Ésta dedicó gran atención a investigar las propiedades de los metales y al análisis de distintos procesos químicos necesarios para su transformación, como se pone de manifiesto en la obra “Secretum Secretorum”, del médico Abu Bakr al-Razi, ya citado. La Química moderna, se inició con los avances de Boyle y Marriot en el siglo XVII, cuyos estudios sobre los gases es conocida como ley de Boyle- Marriot. Asimismo con Lavoisier del siglo XVIII, a quien se le considera padre de la Química moderna, con sus investigaciones acerca de la conservación de la materia, la identificación del oxígeno, los gases de la combustión, la composición del agua (oxígeno y hidrogeno) y la composición del aire (nitrógeno y oxígeno ) de cuyas obras destaca el “Tratado elemental de Química”. Sin embargo, será en los siglos siguientes, cuando los avances científicos de la Química y la Bioquímica alcanzarán unos niveles de desarrollo extraordinarios.
En la Edad Contemporánea
En el transcurso de
este periodo de la historia, el
desarrollo científico y técnico ha
puesto la tecnología y los avances científicos, con mucha frecuencia,
al servicio de la fabricación y
perfeccionamiento de las
armas de fuego, armas
nucleares y químicas que
constituyen una verdadera amenaza para la supervivencia de la humanidad y del planeta
Tierra. Sin embargo, es justo reconocer que los científicos, en este tiempo, también
ha librado las principales
batallas con éxito, contra numerosas
enfermedades y epidemias
que dejaron mucho dolor
y sufrimiento.
Contra la viruela, el cólera y la tuberculosis
El progreso de la
Medicina y la Microbiología han
contribuido al descubrimiento de
las vacunas, desde
que E. Jenner, médico inglés, en
1796 demostró la eficacia de una vacuna
contra la viruela. Esta
vacuna permitió progresivamente, desde el inicio del siglo
XIX, controlar las epidemias
de viruela que hacían estragos en Europa y en la población autóctona americana,
y dio lugar a la expedición que organizó el médico Balmis, de la corte de Carlos
IV, iniciativa que
permitió llevar a América
un grupo de niños que previamente habían sido vacunados.
Varias décadas más
tarde, F. Pacini, médico italiano, identificó en 1854, la bacteria vibrio cholerae y años después,
gracias al estudio de L. Pasteur en 1880 sobre el cólera aviar,
y de R. Koch, investigador y
biólogo alemán, se descubrió el bacilo
de la tuberculosis en 1882, y también de la
bacteria del cólera en 1883. Era un gran paso en la investigación científica, la identificación de la bacteria,
pero era necesario encontrar
un arma decisiva contra el cólera y la tuberculosis. Este sería el gran descubrimiento de J. Ferrán i Clúa, nacido en
Corbera del Ebro, de la provincia
de Tarragona, y residente en Tortosa
donde ejercía la medicina y disponía de un laboratorio de microbiología.
Admirador y continuador de la
metodología desarrollada por Koch y
Pasteur, fue el que descubrió la vacuna
contra el cólera, la tuberculosis y el tifus. Su trabajo
científico es digno de admiración,
por la constancia y tenacidad
que demostró, tras ser
comisionado por el Ayuntamiento de Barcelona en el año 1884 para que viajase a Marsella, ciudad que venía padeciendo una
epidemia de cólera, y tomara
varias muestras de enfermos que depositó
en cinco envases. A su regreso a Barcelona, J. Ferrán fue interceptado en la frontera franco española por los
servicios de aduana
españoles, que habían recibido
instrucciones de confiscar todas las muestras obtenidas de enfermos
franceses de cólera, según la
orden recibida del Ministro de la Gobernación. El azar
permitió que J. Ferrán consiguiera
conservar una de las muestras de las cinco
que llevaba consigo y empezó a
preparar la primera vacuna contra el
cólera, no sin antes vencer
dificultades administrativas y
críticas infundadas de importantes sectores de la Medicina.
Contra la peste bubónica y la gripe
Una iniciativa promovida
por el Gobierno francés y el Instituto Pasteur, con una delegación representada
por A. Yersin, especialista
en bacteriología de una
parte, y del Gobierno japonés
y el Instituto Koch alemán con
una delegación representada por K.
Shibasaburo, que trabajaba como bacteriólogo, para el
Instituto Koch, dio
resultado, tras visitar
y permanecer en Hong
Kong durante el año 1894,
investigando el origen de la peste
bubónica presente en ese territorio. Los dos investigadores, lograron identificar
el origen de la enfermedad y la
cadena de transmisión. Se trataba de una bacteria hospedada
en las ratas, que a su vez
las pulgas transmitían a los seres
humanos, por medio de sus picaduras. En honor a uno de sus
descubridores, la bacteria se la denominó
Yersinia pestis. Sin embargo, el tratamiento decisivo para erradicarla hubo de esperar a los
desarrollos de la penicilina descubierta
por A. Fleming, en la
década de los años
20 del siglo XX, y perfeccionada
en las años posteriores a la Segunda
Guerra Mundial.
En los inicios del
nuevo siglo sobrevino
la Gran Guerra de 1914-1918
en gran parte de Europa, con todo
el dolor, desolación y muerte que llevó consigo la violencia. Camuflada entre
la destrucción bélica apareció
una nueva epidemia desconocida: la gripe, mal denominada gripe española, porque dado que
España fue neutral en el conflicto armado, y no existía la censura, se informó
de sus efectos y consecuencias. Una vez
firmada la Paz de Versalles, los científicos iniciaron la investigación para hacer frente a la epidemia,
y dos décadas más tarde, en
1940 los investigadores
norteamericanos T. Francis y J. Sak
crearon la primera vacuna contra la gripe común, en la Universidad de Michigan, con
financiación del ejército norteamericano, vacuna que
pudo utilizarse en la Segunda Guerra
Mundial. En los años 1957 y 1958, tuvo lugar una nueva oleada
de gripe asiática, tipo aviar,
cuyos efectos aún recordamos los niños
de entonces, y que se estimó en al menos, un millón de muertos a nivel mundial.
Otros avances de la Ciencia
En el terreno de la
Química, además de Boyle,
Marriot y Lavoisier, ya citados,
impulsaron
la investigación química, en el siglo XVIII: Dalton, Frobenius, que descubrió
las propiedades del éter y Priestley,
que comprobó
los efectos del óxido nitroso, para aliviar el dolor. No obstante, serían
varias décadas más tarde cuando el médico C.W.
Long aplicó el éter
en una
intervención quirúrgica, realizada
en 1842
en Estados Unidos. En los partos, para reducir el dolor se generalizó el
uso del éter y el cloroformo que moderaba los
efectos más molestos del
éter; se aplicó en el parto de la reina Victoria
de Inglaterra por el doctor J. Snow, cuando dio a luz a su hijo
Leopoldo, anestesia que se utilizó hasta
la segunda mitad del siglo XX. Desde entonces, nuevos fármacos se han utilizado
en sustitución del cloroformo. Otros avances de la
Química, fueron impulsados en el
siglo XIX, por D.
Mendeleev, cuyas
investigaciones se centraron
en los componentes químicos
básicos y ordenó la
denominada Tabla Periódica de Elementos Químicos, con los antecedentes de las
investigaciones ya conocidas.
Las investigaciones sobre la evolución y
la Biología de A. Wallace y C. Darwin en el siglo XIX, dio
lugar a la publicación de “ El
Origen de las Especies”, escrita
por C. Darwin, así como las investigaciones realizadas por G.
Mendel formulando las leyes
de la Genética. El
conocimiento del ADN y del genoma
humano en el siglo XX y el
avance de la ingeniería genética, han acelerado de forma extraordinaria, las posibilidades de conocer
y tratar adecuadamente a
numerosas enfermedades. Asimismo, el desarrollo de la biotecnología, la nanotecnología y de los nuevos materiales en el siglo XXI, han abierto nuevos
horizontes y están contribuyendo eficazmente, a mejorar la salud
de la Humanidad.
El importante desarrollo de la Química y la Biología, y su contribución a la Medicina, se ha visto reconocido en la concesión del Premio Nobel a numerosos investigadores, de entre los que recordamos: a Santiago Ramón y Cajal el Premio Nóbel de Medicina en 1906 y a quien se le considera el padre de la Neurociencia; a Marie Curie el Premio Nobel de Química en 1911; a Linus Pauling, el Premio Nobel de Química en el año 1954, así como el Premio Nobel de la Paz en 1962; a Severo Ochoa, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 1959; a Max F. Perutz el Premio Nobel de Química en el año 1962; a Francis Crick y a James Dewey Watson, el Premio Nobel de Medicina en el año 1962; a Francoise Jacob el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 1965; a Christiane Nusslein-Volhard, el Premio Nobel de Fisiología y Medicina en el año 1995. Y aunque no alcanzó el prestigioso galardón por su fallecimiento en plena juventud, es de justicia, citar a Rosalind Franklin a quien se la considera pionera en la investigación de la estructura del ADN en el campo de la Genética.
En la Física, con
sus avances al servicio de la Medicina, destacan M.
Faraday en el siglo XIX que descubrió las leyes que regulan
el electro magnetismo y la
electrólisis, perfeccionadas por su
discípulo y continuador de las investigaciones, J. Maxwell, del mismo
siglo, que relacionó la electricidad con las ondas
hertzianas. En este mismo sentido
hay que señalar a M.
Curie, Premio Nobel de Física
en 1903 y del citado Nobel en
Química en 1911, cuyas
investigaciones se centraron
en las propiedades del radio
y el polonio. Tanto los avances
del electro magnetismo como la
electrólisis y la propiedades del radio han contribuido a desarrollar sus aplicaciones
en las modernos equipos de radiografía y resonancia, para la
detección de enfermedades.
Reconocimiento y nuevos caminos
Ante la extraordinaria labor realizada por las distintas especialidades de la Ciencia en el transcurso de la historia, para mitigar y reducir el sufrimiento de la Humanidad, de una parte, y conscientes también de que han contribuido a la carrera armamentista, de otra, sería muy deseable que la salud de la humanidad prevalezca como su objetivo esencial. Finalmente, sólo cabe expresar nuestra gratitud por la generosidad, esfuerzo y riesgos que han sobrellevado muchos científicos/as médicos/as, enfermeras/os, personal sanitario y auxiliares en hospitales, centros de salud y centros de mayores, al acompañar a millones de personas enfermas y al final de sus vidas, con un único propósito: curarlas y salvarlas.
Sin embargo, los
males y padecimientos de la Humanidad, en los
que la Ciencia, puede contribuir de una u otra
forma a paliarlos, necesitan de otras respuestas, principalmente frente al sufrimiento de origen moral, de naturaleza mixta y causados por el mal de la
cultura moderna. Para éstos, se
necesitan no sólo de la investigación científica y atención sanitaria, sino de
otros saberes y disciplinas del conocimiento, que están en la
Ética, en la
Filosofía, en las Ciencias Sociales
y en las cosmovisiones de las Religiones. Estas nuevas perspectivas y reflexiones, pueden
abrir otros caminos por los que transitar y reducir
el sufrimiento.
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