ADVIENTO
(Segunda parte)
Identidad del Precursor
Dada la brevedad de referencias a la figura del Precursor en los evangelios de (Marcos 1.1-8) y (Mateo 3.1-12), se analizará el texto principalmente de (Lucas 3.1-19) y (Juan 1.1-10). Destaca en Lucas, el mensaje de que Juan es un personaje real e histórico, al proporcionar el marco histórico político y religioso, en el que aparece su figura, que se corresponde con las distintas fuentes de la historia de Roma y de Israel, ( Lucas 3.1-19):
“El año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea; Filipo su hermano, tetrarca de Iturea y de Tracomitida, y Lisanias tetrarca de Abilene, en el pontificado de Anás y Caifás, le fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto”
Al acceder el emperador Tiberio Cesar al poder, en el año 14 a.C. tras la muerte del emperador Augusto, se puede estimar que el inicio de la predicación de Juan fue quince años después de la subida al poder de Tiberio, en torno al año 29 d.C. a la edad comprendida entre 31 y 33 años, por haber nacido a finales del siglo anterior. El lugar donde desarrolló su predicación según las fuentes citadas, era el desierto de Judea, próximo al río Jordán, cuyas aguas le permitían bautizar a las gentes que venían de Jerusalén y de la región de Judea para oírle. Su imagen, su apariencia exterior y su alimentación sólo citada por (Marcos 1.6) y (Mateo 3.4) da idea de la austeridad, y sencillez de quien vivía con una vestimenta hecha de piel de camello y un cinturón de cuero a sus lomos, alimentándose de langostas ( saltamontes en lenguaje actual) y miel del campo obtenida de los panales de abejas, lejos de las zonas urbanas. Es probable que Juan hubiese tenido contactos con algún grupo de esenios, que solían renunciar a una vida cómoda y confortable en las ciudades y se retiraban a cuevas, chozas o cobertizos de ramas de árboles, en los márgenes del río Jordán y en el desierto, practicando una religiosidad más acorde con los preceptos de Moisés.
La presencia de Juan en el desierto de Judea y su predicación, se correspondía y daba sentido a las palabras (Lucas 1. 76-79) que el mismo evangelista había puesto en boca de Zacarías, su padre, en las que anunciaba la misión que Dios le había encomendado a su hijo:
“Y tú niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos y dar a su pueblo el conocimiento de la salvación, por el perdón de sus pecados, por las entrañas de misericordia de nuestro Dios, que harán que nos visite una Luz de lo alto, para iluminar a los que habitan en tinieblas y sombras de muerte y guiar nuestros pasos por el camino de la paz”
Es un lenguaje de Lucas inspirado en (Isaías 9.1-3 y 9.5-6) aplicado al Precursor Juan:
“El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande. Los que vivían en tierras de sombras, una luz brilló sobre ellos. Acrecentaste el regocijo, hiciste grande la alegría. Alegría por su presencia, como la alegría de la siega, como se regocijan repartiendo la cosecha.”
Asimismo, Juan necesitaba dar a conocer su identidad ante todas las gentes que venían a escucharle, para ser bautizadas, conforme se acercaban a la ribera del Jordán, haciéndolo con extrema humildad. Para ello, según indican los evangelistas, Juan se inspiraba en las palabras del profeta (Isaías 40.3-5), con imágenes simbólicas de gran fuerza profética y belleza, en las que se integran como ejes básicos de su predicación, de una parte, un grito que rompe el silencio del desierto y de otra, un mandato imperativo para construir un camino en pleno desierto. Su finalidad es para que Dios se acerque a su pueblo, que debe proceder a la conversión, enderezando sus sendas y rebajando la soberbia que identifica con la metáfora de la altura de las cumbres de los montes y colinas, para finalmente alcanzar la salvación. (Lucas 3.4-6):
“Voz del que clama en el desierto. Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas, todo barranco será rellenado, todo monte y colina será rebajado, lo tortuoso se hará recto y lo áspero allanado. Y todos verán la salvación de Dios.”
El texto de (Isaías 40.3-5 y 9-11) refuerza aún más la predicación del Precursor:
“Una voz clama: En el desierto abrid un camino a Yahveh, construid en la estepa una calzada recta a nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, que todo monte y colina rebajado, lo tortuoso recto y lo áspero aplanado. Se revelará la gloria de Yahveh y toda criatura la verá.(………). Súbete a un monte alto, alegre mensajero de Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades de Judá: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor Yahveh con poder.”
Para nuestra mentalidad moderna, tiene poco sentido aceptar la literalidad de las palabras de Isaías, escritas hace más de 2.600 años, ya que Dios no necesita que se construyan calzadas, ni puentes en el desierto ni en la estepa, para que se acerque a nuestras vidas. Él lo transciende todo y está presente en todo, en nuestras vidas y en el Universo. No obstante, las imágenes que nos ha legado Isaías, conmueven por su belleza y fuerza simbólica para expresar la cercanía de Dios y los caminos más insospechados para salir al encuentro de su pueblo, aunque éste se aleje de Él. La conciencia y la identidad que Juan tenía de sí mismo, como enviado por Dios, siguiendo las palabras anunciadas por el profeta Isaías, suscitaron controversia entre las autoridades religiosas judías, tal como lo describe el evangelista (Juan 1.19-23) en un animado y vivo diálogo, entre Juan y un grupo de sacerdotes y levitas, enviados por sus dirigentes para preguntarle:
“¿Quién eres tú? Él confesó y no negó. Confesó: yo no soy el Mesías. Y le preguntaron: ¿quién pues? ¿Eres Elías? Él dijo: no lo soy. ¿ Eres el profeta?. Respondió: No. Entonces le dijeron ¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado?. ¿Qué dices de ti mismo?. Dijo él: Yo soy una voz que clama en el desierto. Allanad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías.
Juan negó ser el Mesías, Elías o algún profeta, que en la tradición del Judaísmo habían sido pilares sobre los que se habían cimentado esperanzas y consuelo durante muchas generaciones y sólo aceptaba ser el heraldo o el mensajero que anuncia al pueblo el mensaje de Dios, bajo la sencilla condición de ser únicamente una voz que grita en el desierto. Aunque Juan negara que es el profeta, sin embargo, entronca con la mejor tradición de Isaías, cuando anima a gritar sin miedo, con voz poderosa y alegre a las ciudades de Judá, que el Señor está llegando y sin duda, lo hacía de la mejor manera que él sabía.
El Bautismo en el Jordán
El diálogo anterior, rico en matices, sólo figura en el evangelio de Juan y fue continuado por los fariseos, judíos con gran poder e influencia en la sociedad, por sus conocimientos de las Escrituras y prestigio en la defensa de la ortodoxia de las leyes de Moisés y de las cuantiosas normas del Judaísmo. Se acercaron a él y le plantearon la cuestión del bautismo que practicaba Juan en las aguas del Jordán (Juan 1.25-28):
“Y los enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron: ¿Por qué bautizas, si no eres el Mesías, ni Elías ni el profeta?, Juan le respondió: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que vosotros no conocéis, que viene detrás de mí, a quien yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia. Esto ocurrió en Betania, al otro lado del Jordán.”
La pregunta de los fariseos a Juan era pertinente. Si no eres profeta, ni Elías al que los judíos esperaban su retorno, ni el Mesías, con qué autoridad bautiza e insta a la conversión de los pecados. La respuesta la trasladó a Jesús sin nombrarle. Varios días después que Juan bautizara a Jesús, y posteriormente al encuentro con los fariseos que le interpelaron por el bautismo que practicaba, los discípulos de Juan, debieron quedar inquietos y preocupados porque observaron que acudían menos gente a escuchar a Juan y más a oír las palabras de Jesús que bautizaba también en la región de Judea y le preguntaron por la identidad de este último (Juan 2.26-30):
“Rabí, aquel que estaba contigo al otro lado del Jordán, aquel de quien diste testimonio, también bautiza y todos se van a él. Juan respondió: Nadie puede atribuirse nada si no le ha sido dado del cielo. Vosotros sois testigos de que dije: Yo no soy el Mesías, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene novia, es el novio; pero el amigo del novio que esté con él y le oye, se llena de alegría al oír la voz del novio. Ésta es mi alegría y ya está cumplido. Es necesario que él crezca y yo disminuya.”
Con esta respuesta Juan dejaba clara su postura respecto de la autoridad y primacía de Jesús sobre él y su bautismo, sin más explicaciones, al tiempo que expresaba su alegría por la actividad de Jesús de Nazaret y al que consideraba amigo, aunque metafóricamente expresado. El evangelista Lucas deja entrever que Juan conocía a Jesús con anterioridad a su encuentro en la ribera del Jordán, y en modo alguno le era un desconocido. Sus respectivas madres, María e Isabel tenían cierto parentesco y lo más probable es que uno y otro, parientes de segundo o tercer grado, sabían de sus respectivas vidas y actividades Sin embargo, el evangelista (Juan 1. 31) dice en el momento del bautizo de Jesús, que el Precursor no le conocía. En cualquier caso, será (Lucas 3.15-18) Juan el que indique las diferencias entre uno y otro bautismo:
“Estando el pueblo en expectación y preguntándose todos en sus corazones, acerca de Juan, si sería él el Mesías, respondió Juan a todos: Yo os bautizo con agua, pero viene el que es más fuerte que yo, de quien no soy digno de desatar las correas de sus sandalias. Él os bautizará en Espíritu y fuego. En su mano está el bieldo para limpiar la era y recoger el trigo en su granero; y quemará la paja en un fuego que no se apaga.”
También (Marcos 1.4-6) y (Mateo 3. 11-12) expresan la misma idea algo más detallada en (Mateo 3.11-12):
“Yo os bautizo con agua para vuestra conversión, pero aquél que vine detrás de mí, es más fuerte que yo y no soy digno de llevarle las sandalias. Él os bautizará e Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo y limpia su era; recogerá el trigo en el granero, pero la paja la quemará con fuego que no se apaga.”
Este leguaje propio de los campesinos, acostumbrados a utilizar el bieldo para aventar las espigas del trigo o de la cebada en la era y separar el grano de la paja, lo utilizaba, para distinguir de una parte, el bautismo de Juan, que lava el cuerpo como manifestación simbólica del arrepentimiento de una conducta alejada de los caminos de Dios, y de otra, el bautismo que procede del Espíritu y fuego que practica Jesús, del que, según puede deducirse de las palabras de Juan, expresa un don del elegido de Dios, que ofrece Jesús con absoluta gratuidad.
La Predicación de Juan
La finalidad que perseguía Juan con su presencia en la ribera del Jordán y con su predicación, era exhortar e invitar a las gentes que se acercaban a escucharle, al arrepentimiento de sus pecados bautizándoles y en suma, a su conversión a la llamada de Dios. Para ello, utilizó dos tipos de predicación: de una parte, increpando a un grupo de fariseos y saduceos que se acercaban a bautizarse (Mateo 3.7-10) y del mismo modo en (Lucas 3.7-9):
“Raza de víboras ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente?. Dad, pues fruto digno de conversión, y no creáis que basta con decir en vuestro interior-tenemos por padre a Abraham-. Porque os digo que puede Dios, de estas piedras dar hijos a Abraham. Ya está el hacha puesta a la raíz de los árboles, y todo árbol que no de buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.”
Estas palabras tan duras suscitaban una gran inquietud y consternación entre quienes le escuchaban ( Lucas 3. 10):
“Y la gente le preguntaba: ¿qué debemos hacer? ”
Ante tanta perplejidad por las palabras anteriores increpando a la gente, Juan rebajaba el tono de sus amenazas, de forma significativa, indicándoles los actos y obras a realizar que se inspiraban en la justicia, dando vestido y alimento a los necesitados, no codiciando dinero más de lo establecido y rechazando todo tipo de extorsión y coacción de los soldados ( Lucas 3. 11-14):
“Y el les respondía: El que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo. Vinieron también los publicanos a bautizarse y le dijeron: maestro, ¿qué debemos hacer?. Él les dijo. No exijáis más de lo que está fijado. Le preguntaron también unos soldados: Y nosotros ¿qué debemos hacer?. Y les contestó: No hagáis extorsión a nadie, no hagáis denuncias falsas y contentaos con vuestra soldada.”
En definitiva, los tres pilares en los que se apoyaba la predicación de Juan, eran de una parte, la palabra, increpando a las gentes y exhortándoles a la conversión y al arrepentimiento; de otra parte, el agua para lavar sus pecados con el bautismo, dando un fuerte valor simbólico al agua, que en la vida normal de la vida se usa no sólo para beber, sino también para lavarse de la suciedad que se adhiere al cuerpo, como era costumbre en la sociedad judía; finalmente, el otro pilar de su predicación giraba en torno a una vida en la que se practicase la justicia, el amor al prójimo y las obras de misericordia, dentro de la tradición de los Profetas. Su finalidad era recuperar la dimensión ética en las relaciones humanas y la misericordia entre sus hermanos los judíos.
El encuentro de Juan y Jesús
No consta hubiese encuentro alguno anterior de Juan y Jesús, distinto del que tuvo lugar en la ribera del Jordán, que conocemos con mayor detalles por los evangelistas (Mateo 3.13-17) y (Juan 1.29-33) que describen aspectos relevantes del momento en el que tuvo lugar ese encuentro, cuando Jesús se acercó para ser bautizado en el río Jordán, por Juan, al que también hacen referencia los otros evangelistas. No obstante, difieren Mateo y Juan en algunos matices de su narrativa:
“Entonces llegó Jesús desde Galilea al Jordán donde estaba Juan para ser bautizado por él. Pero Juan trataba de impedírselo diciendo: Soy yo el que necesita ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?. Jesús le respondió: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia. Entonces (Juan) le dejó.” (Mateo 3.13-17)
En este dialogo, se observa, que Juan quedó sorprendido por el gesto de Jesús e intentó impedirle lo que consideraba “el mundo al revés”. El Precursor era consciente de que estaba ante el elegido de Dios y no tenía sentido bautizar a Jesús, hombre revestido de santidad y justicia, que no había cometido pecado o falta alguna. El bautizo de Juan estaba destinado a las gentes pecadoras de Israel que expresaban una sincera conversión y se acogían a la misericordia de Dios Será (Juan 1.29-31) quien profundice en este encuentro y ponga en boca de Juan el Precursor la verdadera autoridad y voluntad de Jesús: el perdón de los pecados.
“Al dia siguiente (Juan) ve venir a Jesús hacia él y dice: He ahí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Este es de quien yo dije: Detrás de mí viene un hombre que se ha adelantado a mí, porque existía antes que yo. Y yo no le conocía, pero he venido a bautizar con agua para que él se manifieste a Israel”.
Este texto, para su mejor comprensión, ha de situarse en relación con el bautizo en Espíritu y fuego que, según Juan, era el que practicaba Jesús, como era costumbre de Jesús cuando curaba a los enfermos y añadía “ Tus pecados te son perdonados”, muy distinto al que practicaba Juan en el Jordán. Sin embargo, para referirse a Jesús, emplea el evangelista, una expresión literaria nueva y diferente a la utilizada anteriormente por Juan, muy de la tradición de los profetas: el Cordero que los sacerdotes de Israel ofrecían como ofrenda a Yahveh, en agradecimiento por su protección. Independientemente del género literario, ya sea metafórico o simbólico, el evangelista pretende señalar que el verdadero bautizo que perdona y quita el pecado es el de Jesús y no el que practicaba Juan: uno con Espíritu y fuego, el otro con agua del río Jordán. La expresión Cordero se corresponde con la imagen bíblica de la ofrenda a Dios, que identifica con Jesús el elegido y Mesías
Esta interpretación, es más plausible, aunque ha coexistido en la tradición cristiana con otra, muy extendida, de carácter sacrificial y expiatorio, que se remonta a Abraham cuando intentó sacrificar la vida de su hijo Isaac a Yahveh. Según ésta última interpretación, en las palabras “Cordero que quita el pecado del mundo”, queda expresado el fundamento de la Redención, en el que Jesús es el Cordero expiatorio, que con su muerte se inmola al Padre para conseguir el perdón de los pecados de la humanidad, dada la inmensa ofensa realizada por ésta a Dios. Sería muy conveniente cambiar algunos aspectos de este lenguaje que rezuma esta interpretación expiatoria, lejos de la moderna hermenéutica.
Un aspecto interesante a tener presente, en el conocimiento y la amistad que unía a Juan y a Jesús, es el que relata (Mateo 11.2-5):
“Juan que en la cárcel había oído hablar de las obras de Jesús, envió a sus discípulos a preguntarle: ¿Eres tú el que has de venir o debemos esperar a otro?. Jesús le respondió: Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva, y dichoso el que no se escandalice de mí.”
Y otro texto similar al anterior, que escribe el evangelista ( Lucas 7.18-23) tras el encuentro de Jesús con una viuda, en la ciudad de Naín, que acompañaba al cortejo de su hijo muerto y le resucitó. Esta noticia llegó a oídos de los discípulos de Juan:
“Llevaron a Juan sus discípulos, todas estas noticias. Entonces él, llamando a dos de ellos los envió a preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?. Y acercándose a él ( a Jesús) aquellos hombres, le dijeron: Juan el Bautista, nos envía a preguntarte: ¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?. En aquél momento, curó a muchos de sus enfermedades y dolencias y malos espíritus y dio la vista a muchos ciegos. Y les respondió, Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva y dichoso aquel que no se escandalice de mí.”
En la respuesta de Jesús a los discípulos de Juan, está la carta de presentación a Juan el Bautista, en la que le viene a decir: estas son mis obras, esta es mi vida y esta es la salvación que ofrezco, para disipar cualquier duda acerca de su identidad como el elegido de Dios. No obstante, Jesús soslaya la pregunta directa y centra el foco de su misión en las obras que realiza curando enfermedades y dolencias. A continuación y tras la marcha de los discípulos de Juan, dirigiéndose a la gente que le escuchaba, Jesús hizo una gran alabanza de Juan, palabras que ponen de manifiesto la admiración y reconocimiento de la extraordinaria labor realizada por Juan, como mensajero y precursor, mayor que un profeta, de la que tenemos constancia por (Lucas 7.24-30) y (Mateo 11. 7-15), algo más extenso en este último, cuyo texto dice:
“Cuando éstos se marchaban, comenzó Jesús a hablar de Juan, a la gente. ¿ a qué salisteis a ver en el desierto?, ¿ a ver una caña agitada por el viento?, ¿ a qué salisteis a ver?, ¿un hombre con vestidos finos?; los que usan vestidos delicados están en los palacios de los reyes. Entonces ¿a qué salisteis?, ¿a ver un profeta?. Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: he aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, que preparará por delante tu camino. Os aseguro que no ha surgido entre los hijos nacidos de mujer, uno mayor que Juan el Bautista, pero el más pequeño en el Reino de los Cielos, es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas y la Ley hasta Juan profetizaron. Y si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos que oiga.”
El evangelista pone en boca de Jesús las palabras que mucho años antes pronunciara Zacarías en ( Lucas 3.76), al referirse a Juan: Y tú niño serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor, para preparar sus caminos.”
¿Es actual el Mensaje del Adviento?
Es procedente formular esta pregunta por varias razones. En primer lugar, porque puede contribuir a redescubrir en el viejo arcón del Adviento objetos y joyas de gran valor que han perdurado en la tradición cristiana y que en el mundo moderno son escasamente conocidos e infravalorados.
En segundo lugar, porque el Adviento suscita entre los cristianos la emoción de la noticia del mensajero anunciando la llegada y cercanía de Dios, por caminos insospechados e insólitos, ya sea construyendo un camino en el desierto, ya sea rebajando las montañas y montes o elevando los barrancos y llanuras. Sin duda, es un lenguaje muy lejano del usado por la sociedad moderna. Aquel describe constantemente con símbolos y metáforas una imagen llena de belleza y emoción, bien con la voz que grita y rompe el silencio del desierto o en la imperiosa necesidad de construir caminos y calzadas. ¿Realmente necesita Dios esos caminos para acercarse a las humanidad?. Es un lenguaje poético que encontramos parecido en el salmo 67 suplicando a Dios, que la luz de su rostro nos ilumine y alumbre los caminos de la Tierra y nuestros caminos para salir a su encuentro.
Finalmente, porque el Adviento proyecta luz y esperanza donde abundan sombras y oscuridad en una humanidad que en la actualidad, como lo era en tiempos de Juan el Bautista, también sigue careciendo de esperanza, sufre innumerables tribulaciones y dolencias, hambre, enfermedades, exclusión social, conflictos y fracturas sociales, conflictos armados, a pesar de los innumerables avances científicos, tecnológicos y sociales, que han sido muy importantes. Son muchos millones personas que viven en las sombras y en la penuria y pocos los que viven fuera de éstas. Por estas razones, el mensaje del Adviento es de imperiosa actualidad: La esperanza y la utopía de la fraternidad cristiana, contra la desesperanza.
“Súbete a un monte alto, alegre mensajero de Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo. Di a las ciudades del orbe de la Tierra: Ahí está vuestro Dios. Ahí viene el Señor con poder.”
Y la voz de Jesús que resuena con fuerza, entonces y ahora: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Nueva.”.
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