sábado, 1 de enero de 2022

TEILHARD DE CHARDIN II

 

TEILHARD DE CHARDIN

II

https://teilhard.net/biografia-de-teilhard-de-chardin/  

Leandro Sequeiros

Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin

Presidente de ASINJA, Asociación Interdisciplinar José de Acosta


Infancia de Pierre Teilhard de Chardin


Nació Pierre Teilhard de Chardin el 1º de mayo de 1881 en Sarcenat, un lugar cercano a las ciudades gemelas de Clermont-Ferrand, en la antigua provincia de Aubergne, en Francia central. Sarcenat se asienta en un lugar montañoso. Desde la casa en que nació, Pierre podía contemplar las vastas planicies de Clermont y las colinas de las montañas Puy. Los volcanes extintos de Aubergne y las bien conservadas florestas de la provincia, dejaron su marca indeleble en Teilhard.

Sus padres fueron Emmanuel y Berthe-Adele Teilhard de Chardin, quienes procrearon once hijos, siendo Pierre el cuarto de ellos. Creció en una atmósfera en la cual las tradiciones de la vida familiar significaban un gran compromiso. En sus cartas, reconocía la gran deuda que toda su vida debió, tanto a su padre como a su madre. La herencia humana y religiosa de sus padres lo va a marcar para siempre. Su padre sentía un gran placer en enseñar a sus hijos a entender y apreciar la historia natural, y fue en las largas caminatas que Pierre efectuaba, donde desarrolló un fuerte sentimiento hacia el mundo natural, sentimiento que se incrementaría a lo largo de su vida. Otro sentimiento dominante que surgió en su niñez, y que persistió siempre, fue la necesidad de la durabilidad. Ambos sentimientos reaparecen constantemente en sus escritos.


        Motivado por las enseñanzas de su padre y su contacto con el mundo natural, Teilhard desarrolló sus inusuales poderes de observación y su joven cerebro adquirió un ávido interés por las ciencias naturales.

"Yo era como cualquier otro niño. Estaba interesado especialmente en la observación mineralógica y biológica. Me encantaba seguir el curso de las nubes, y conocía las estrellas por sus nombres…A mi padre le debo un cierto balance sobre el cual lo demás se construyó a lo largo, con un gusto por las ciencias exactas… ¿Qué me perturbaba cuando era niño? La inseguridad de las cosas ¿y que era lo que amaba? mi “genio” de acero… (Cuenot, 1965)

 

    Fue su madre quien le orientó a una religiosidad cristiana, “que alumbró y encendió mi alma de niño”. Su temprana devoción a las prácticas religiosas, bien formado a los doce años, influyó en su ingresó en Nostre Dame de Mongre cerca de Villafranche-sur-Saone, 48 kms. al norte de Lyon. Durante los cinco años en este internado jesuita, Teilhard añadió a su seguridad en las piedras, una fuerte religiosidad, de modo que antes de su graduación escribió a sus padres para informarles que quería llegar a ser un jesuita. Unos años más tarde, diría que lo que lo impulso a unirse a la Compañía de Jesús no fue su educación jesuita, ni el respaldo de su familia, sino el deseo de irse perfeccionando.

Solo tenía seis años- narra en El Corazón de la Materia - escrito en los últimos años de su vida, cuando un buen día, palpando un trozo de hierro forjado, entrevió súbitamente, como un relámpago, lo que hay de duro, de consistente, de real, en la materia. Era la época en que su madre le introducía en las profundidades del amor de Cristo. Su ideal consistirá en unir estos dos extremos: materia y espíritu. Esta experiencia, narrada por él mismo, nos acerca ya a la gran pasión que le acompañó toda su vida: el gusto por la naturaleza, los animales, la vida humana, y junto con él, el deseo profundo de Dios, lo que nos supera, el misterio, lo profundo más allá de lo que vemos. La tensión entre la “materia” (lo real, lo que tiene forma y peso) y el “espíritu” (lo que no percibimos, lo que nos supera, lo que inunda de luz misteriosa el secreto del corazón). Quería ser “naturalista” para estudiar las rocas y los minerales, los volcanes de la Auvernia, los restos fósiles de la vida del pasado. Pero por otra parte, se sentía atraído por el misterio, lo invisible, el futuro imprevisible, lo religioso en su dimensión más amplia. Más explícita es su confesión publicada en su ensayo Como yo creo, escrito en 1934.

La originalidad de mi creencia consiste en esto: que arraiga en dos dimensiones de la vida, consideradas habitualmente como antagónicas. Por mi educación y formación intelectual, pertenezco a los “hijos del cielo”, pero por mi carácter y mis estudios profesionales soy un “hijo de la Tierra”.(….) Al término de mi experiencia, después de treinta años consagrados a la búsqueda de la unidad interior, tengo la impresión de que se ha realizado de modo natural, una síntesis entre las dos corrientes que tiran de mí: la una no ha ahogado a la otra. Hoy creo, probablemente, más que nunca en Dios, y al propio tiempo, más que nunca, en el mundo”.

                                        

    Este doble impulso hacia Dios y hacia los humanos, hacia lo material y hacia lo espiritual, hacia lo trascendente y lo inmanente, hacia lo físico y lo metafísico le acompañará siempre. Y su síntesis es un intento de armonizar ambas tendencias. De alguna manera, todo lo material, lo humano, lo inmanente, lo terreno está apuntando, creciendo, evolucionando hacia lo espiritual, lo ultrahumano, lo sobrenatural, lo metafísico, lo teológico, lo divino… Esa fue una de sus primeras intuiciones. Teilhard no fue directo de la escuela al noviciado porque estaba delicado de salud, delgado y algo anémico. Su padre lo llevó a su casa en Clermont- Ferrand donde pasaba los días repasando las matemáticas bajo la supervisión de tutores. Los domingos los dedicaba a hacer excursiones.


Novicio jesuita y ordenación sacerdotal


      Dada su experiencia interior en la infancia, no es raro que Pierre sintiera la vocación a la Compañía de Jesús. El 20 de marzo de 1899 ingresó en el noviciado jesuita en Aix-en-Provence, y se dedicó al estudio del lenguaje y la filosofía, probando ser un excelente estudiante, que leyendo a los clásicos griegos, compuso versos en griego y latín, y por entretenimiento escribió en griego un corto ensayo inspirado en Las Ranas de Aristófanes.

    En 1901, debido al movimiento laicista en la República Francesa los jesuitas y otras órdenes religiosas fueron expulsados de Francia. El noviciado de Aix-en-Provance, que en 1900 se había trasladado a París pasó en 1902, a la isla inglesa de Jersey, poco después de que Pierre tomara sus primeros votos en la Compañía de Jesús, acción que le marcaría su destino. En su primer año en Jersey, Teilhard centró su interés en la geología de la isla. Desde octubre de 1902 dedicó todo su tiempo entre sus estudios de filosofía y en sus días de asueto a excursiones científicas, a las cuales solía ir acompañado de sus compañeros. A partir de 1904 acompañado por Félix Pelletier, un graduado en química y mineralogía, colaboró con él en unas notas sobre la isla para el Boletín Anual de la Jersey Society.  

    En esos días, la seguridad de Teilhard en la vida religiosa, apartado de la situación política de Francia, fue dolorosamente perturbada por la enfermedad que incapacitó a su joven hermana Marguerite-Marie y la súbita pérdida de salud de su hermano mayor, Albric, quien murió en septiembre de 1902. La muerte de este que fuera su exitoso y jovial hermano, fue seguida en 1904 por la muerte de Louise, su hermana más joven, hizo que Teilhard se alejara momentáneamente de las cosas terrenales. Dejó sus estudios científicos a favor de la teología. Sin embargo su tutor de noviciado, Paul Trossard, le animó a que siguiera la ciencia como un camino legítimo para llegar a Dios.

Teilhard de Chardin fue ordenado sacerdote con 30 años, el 24 de agosto de 1911. Un año más tarde, en 1912 finalizó sus estudios de Teología en Hasting (Inglaterra). Pero la vocación científica de Teilhard estaba muy clara y había ido madurando a lo largo de estos años. Su inclinación hacia el mundo de las ciencias y su capacidad demostrada hacia el mundo de las ciencias de la Tierra y especialmente a la paleontología y a la paleoantropología facilitaron que sus superiores jesuitas a autorizaran a Teilhard para que pudiera dedicarse al cultivo de las ciencias


Primeras experiencias científicas


Un inesperado acontecimiento llegó en septiembre de 1905, cuando el joven estudiante de jesuita, Pierre Teilhard de Chardin, fue enviado a enseñar física y química a la escuela secundaria de los jesuita ‘La Sagrada Familia’ en el Cairo, Egipto. Iniciaba la experiencia normal de los estudiantes jesuitas que, después de los estudios de humanidades y filosofía, eran enviados a algún colegio para comprobar sus dotes de organización en un ambiente diferente. Uno de sus alumnos, que llegaría a ser jesuita, comentaba:

Cuando la clase terminaba, me encontraba realmente impresionado, pero poco había aprendido, pues era obvio que Teilhard, estaba capacitado para enseñar en niveles más elevados”.

        En los siguientes tres años Teilhard cumplió con sus obligaciones de maestro asiduamente, y se dio tiempo para desarrollar sus inclinaciones de científico naturalista a través de prolongadas excursiones en los alrededores del Cairo, coleccionando fósiles extensamente y mediante correspondencia con naturalistas en Egipto y Francia. En sus Cartas de Egipto, se revela una persona con agudos poderes de observación.


          En 1907 Teilhard publicó su primer artículo, Una semana en Fayoum y en ese mismo año fue informado del descubrimiento de un diente fósil de tiburón en Fayoum. Presentó en la Sociedad Geológica de Francia una nueva especie nombrada Teilhardia y tres nuevas variedades de tiburón. También como resultado de sus investigaciones llegó a ser conocido por numerosos especialistas y en 1908 publicó su estudio “Los estratos del Eoceno en la región de Minieh.”


         En el verano de 1913, como un joven paleontólogo, Teilhard de Chardin realizó una excursión científica por España en compañía de su amigo y mentor Abbé Breuil, profesor de prehistoria, visitando las cuevas de Altamira y Santander. El Abbé Henry Breuil  hizo algunas de las más importantes contribuciones al estudio del arte rupestre, incluyendo la autentificación de la antigüedad de las pinturas y dibujos descubiertos en Lascaux. Fue codescubridor de cuevas en Périgord y los Pirineos. Como un experto en su área, autentificó las pinturas y artefactos de las principales cuevas de Francia. Durante su vida realizó y publico unas extraordinarias copias a mano de la mayoría de los dibujos y pinturas encontrados en las principales cuevas de Francia y España.


Teilhard en la Gran Guerra



        En diciembre de 1914 Teilhard fue clasificado como “apto para cumplir el deber”, y   llamado inmediatamente por la Junta de Reclutamiento fue asignado al cuerpo médico. A  su petición, fue enviado al frente el 22 de enero de 1915, como camillero en el regimiento marroquí de infantería ligera y Zuavos. Allí, para verse más “árabe” Teilhard cambió su uniforme azul de servicio por el de kaki de las tropas africanas y su képi por el fez rojo.


        El 15 de mayo de 1915 fue promovido a cabo, pero cuando el general Guyot de Salins quiso nombrarlo capellán de la 38ª División con el grado de capitán, Teilhard declinó alegando “déjeme entre los hombres”, donde era más útil.  Como sacerdote, cuando atendía a los compañeros moribundos, siempre pedían su asistencia y la hacía en los ritos de sus credos, nunca en los de él. Siempre estuvo en el frente y sus compañeros árabes lo llamaban “el inmortal” pues nunca fue herido a pesar de haber estado muchas veces expuesto al fuego del enemigo.



                        


        El regimiento donde servía Teilhard fue el último en formarse, pero el primero en ser premiado por servicios distinguidos. En 1916 se distinguieron en Verdún y en 1918 estuvieron en la segunda batalla de Marne y en la contraofensiva finalEn medio de la guerra, con dificultad se permitía ocuparse de sus intereses intelectuales  pero lograba realizar una sorprendente cantidad de trabajo. Cuando no estaba en servicio, llenaba cuadernos enteros de notas y pese a la fatiga y todo el dolor que lo rodeaba y debido a ello, lograba la concentración necesaria para enriquecer su pensamiento. (1) Su valor le hizo merecedor de la Cruz de Guerra y la Medalla Militar y cuando regresó de la guerra fue nombrado Caballero de la Legión de Honor.


           La atmósfera de las trincheras constituyó una experiencia radical para él, un “bautismo de lo real” (según sus biógrafos). Según éstos, el contacto con la crueldad de la guerra hizo que desde 1916 (con 35 años) se produjera el llamado “despertar del genio teilhardiano”. Sus vivencias espirituales y místicas están reflejadas magistralmente en su Diario . Los primeros meses, narra los acontecimientos de la guerra. Pero a partir de enero de 1916, su Diario toma un nuevo sesgo: ya no le interesan tanto sus avatares como camillero en la guerra, sino que se extiende a otros temas: la materia divina, el sacrificio, la energía apasionada, la unión con el todo, la divinización y la acción creadora de Dios. Sus consideraciones se ven acompañadas por esquemas, diagramas y dibujos que revelan ya la emergencia de nuevas concepciones de la fe que se trenzan con los conceptos científicos. Este texto escrito en el frente del Marne en 1917, es muy expresivo:

El mundo no será jamás suficientemente vasto, Ni la humanidad suficientemente fuerte, Para ser dignos de Aquél que los ha creado y se ha encarnado. Es preciso ir al cielo con todo el gusto de la Tierra”


    Entre 1916 y 1919, Pierre Teilhard de Chardin escribe media docena de ensayos de gran hondura científica, filosófica, mística y teológica. Están agrupados en Escritos en tiempo de guerra. En especial, “La Vida Cósmica” (1916), “El Medio Místico” (1917) y “El Sacerdote” (1918) . Es el momento en el que Teilhard intuye que existe una envoltura pensante en el Universo: es el ser humano que mediante el trabajo científico y tecnológico configura y transforma los procesos naturales de este mundo.El 26 de mayo de 1918 tomó sus votos solemnes, como jesuita. Es interesante la forma en que pronunció los votos:

Estoy haciendo voto de pobreza, aunque nunca he tenido más claramente hasta que punto el dinero puede ser un medio poderoso para el servicio y glorificación de Dios. Estoy haciendo voto de castidad aunque nunca he entendido mejor cómo marido y esposa se complementan uno al otro para avanzar hacia Dios. Estoy haciendo voto de obediencia aunque nunca he entendido mejor que la libertad está al servicio de Dios. Pero no los hago de manera equivocada, pongo mi confianza en Dios, ya que Él me dará la gracia para hacer su voluntad en mi vida religiosa y ser leal a mis votos.

    Se puede decir entonces que Teilhard tomó sus votos finales sabiendo perfectamente las potencialidades del amor humano, del dinero y de la libre investigación. Su alistamiento en el ejército francés finalizó el 10 de marzo de 1919 y en Abril, estaba en París, trabajando para obtener su grado de ciencias naturales en la Sorbona. En julio presentó su examen para obtener su grado en geología con un muy buen resultado. En agosto y septiembre de ese mismo año volvió a la isla de Jersey. En octubre de 1919 presentó su examen de botánica y el 19 de marzo de 1920 el de zoología.


Teilhard en la encrucijada



        En el otoño de 1920 Teilhard obtuvo una cátedra de Geología en el Instituto Católico de París y fueron sus conferencias dirigidas a estudiantes las que lo dieron a conocer como un activo promotor del pensamiento evolucionista. Continuó sus estudios con Marcellin Boule en el Museo y durante algún tiempo Teilhard estuvo ocupado en su tesis doctoral sobre los mamíferos, tesis defendida el 22 de marzo de 1922.


    El germen del pensamiento evolucionista de Teilhard fue influenciado y reforzado por la lectura de “La Evolución Creadora” de H. Bergson que le hizo darse cuenta de las coincidencias de su convicción con la necesidad de entender los datos de la ciencia, que sólo la evolución podía hacer inteligibles. Sin embargo su visión de la evolución difería radicalmente de la Bergson. Teilhard rechazaba un cosmos bergsoniano que tomaba la forma de una irradiación divergente, originada en una fuente central, mientras la de él era esencialmente convergente y rechazaba el impulso sin finalidad. La cosmología de Teilhard estaba indiso lublemente ligada al evolucionismo, su visión era la de una evolución cósmica. Materia y mente no parecían ser dos cosas diferentes, sino dos estados, dos aspectos del mismo material cósmico.


        Sin embargo el clima intelectual del catolicismo europeo no había cambiado, desde que el papa Pio X en su enciclica “ Pascendi Dominici ” del año 1907, condenó las corrientes del modernismo, sosteniendo que no era posible compatibilizar las ideas del catolicismo y las nuevas ideas científicas y políticas. Su sucesor Pío XI, no contrarrestó la influencia del sector conservador opuesto a las nuevas ideas, que llegarían, años más tarde, a ser defendidas e incorporadas en gran parte, a los textos del Concilio Vaticano II. Fue en este clima hostil, en el que la copia de un artículo que Teilhard envió a Bélgica, fué conocido en Roma. Le fue ordenado a Teilhard presentarse ante su superior provincial, para firmar una declaración repudiando sus ideas. Su viejo amigo, Auguste Valensin le aconsejo sobre la declaración de repudio y en una reunión entre varios jesuitas acordaron enviar a Roma una versión modificada del artículo y una respuesta sobre la declaración.

    Mientras esperaba la respuesta de Roma, Teilhard siguió dando clases en  el Instituto Católico de París y viajó a algunos sitios en Francia incluyendo Clermont-Ferrand. En el ámbito filosófico, Teilhard empezó a utilizar el término de Edward Suess, biosfera y empezó a concebir el concepto de noosfera. Este término fue adoptado de inmediato por el profesor del Colegio de Francia Edouard Le Roy, con quien estableció Teilhard una sólida relación. Le Roy era un pensador de gran originalidad y tenía gran número de ideas que compartió con Teilhard, a quien citaba frecuentemente en sus conferencias. En este periodo Teilhard tuvo gran interés por la literatura moderna y su “filosofía de la aceptación” y también en esa época se gestó su libro “El Medio Divino”. 

       

    La influencia que Teilhard adquiría en el ámbito intelectual francés empezó a inquietar a los obispos conservadores franceses, informando a los superiores del Vaticano, quienes a su vez presionaron a los jesuitas para que lo silenciaran. El jesuita superior general era por entonces Vladimir Ledochowski, un antiguo militar austriaco, que abiertamente estaba del lado de la fracción conservadora del Vaticano. Finalmente, Teilhard firmó el documento el 25 de julio de 1925, en los términos solicitados por Roma, abriendo las puertas para silenciarlo y enviarlo a China, cerrándole a una gran parte del mundo intelectual, mayoritariamente de habla hispana. Esto sucedía la misma semana en que en Tennessee ( USA) se desarrollaba el “Juicio de Scopes” donde se validó la teoría de la evolución.


lunes, 27 de diciembre de 2021

                                         CARTA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

A LOS MATRIMONIOS


CON OCASIÓN DEL AÑO “FAMILIA AMORIS LAETITIA


Queridos esposos y esposas de todo el mundo:

Con ocasión del Año “Familia Amoris laetitia”, me acerco a ustedes para expresarles todo mi afecto y cercanía en este tiempo tan especial que estamos viviendo. Siempre he tenido presente a las familias en mis oraciones, pero más aún durante la pandemia, que ha probado duramente a todos, especialmente a los más vulnerables. El momento que estamos pasando me lleva a acercarme con humildad, cariño y acogida a cada persona, a cada matrimonio y a cada familia en las situaciones que estén experimentando.

Este contexto particular nos invita a hacer vida las palabras con las que el Señor llama a Abrahán a salir de su patria y de la casa de su padre hacia una tierra desconocida que Él mismo le mostrará (cf. Gn 12,1). También nosotros hemos vivido más que nunca la incertidumbre, la soledad, la pérdida de seres queridos y nos hemos visto impulsados a salir de nuestras seguridades, de nuestros espacios de “control”, de nuestras propias maneras de hacer las cosas, de nuestras apetencias, para atender no sólo al bien de la propia familia, sino además al de la sociedad, que también depende de nuestros comportamientos personales.

La relación con Dios nos moldea, nos acompaña y nos moviliza como personas y, en última instancia, nos ayuda a “salir de nuestra tierra”, en muchas ocasiones con cierto respeto e incluso miedo a lo desconocido, pero desde nuestra fe cristiana sabemos que no estamos solos ya que Dios está en nosotros, con nosotros y entre nosotros: en la familia, en el barrio, en el lugar de trabajo o estudio, en la ciudad que habitamos.

Como Abrahán, cada uno de los esposos sale de su tierra desde el momento en que, sintiendo la llamada al amor conyugal, decide entregarse al otro sin reservas. Así, ya el noviazgo implica salir de la propia tierra, porque supone transitar juntos el camino que conduce al matrimonio. Las distintas situaciones de la vida: el paso de los días, la llegada de los hijos, el trabajo, las enfermedades son circunstancias en las que el compromiso que adquirieron el uno con el otro hace que cada uno tenga que abandonar las propias inercias, certidumbres, zonas de confort y salir hacia la tierra que Dios les promete: ser dos en Cristo, dos en uno. Una única vida, un “nosotros” en la comunión del amor con Jesús, vivo y presente en cada momento de su existencia. Dios los acompaña, los ama incondicionalmente. ¡No están solos!

Queridos esposos, sepan que sus hijos —y especialmente los jóvenes— los observan con atención y buscan en ustedes el testimonio de un amor fuerte y confiable. «¡Qué importante es que los jóvenes vean con sus propios ojos el amor de Cristo vivo y presente en el amor de los matrimonios, que testimonian con su vida concreta que el amor para siempre es posible!» [1]. Los hijos son un regalo, siempre, cambian la historia de cada familia. Están sedientos de amor, de reconocimiento, de estima y de confianza. La paternidad y la maternidad los llaman a ser generativos para dar a sus hijos el gozo de descubrirse hijos de Dios, hijos de un Padre que ya desde el primer instante los ha amado tiernamente y los lleva de la mano cada día. Este descubrimiento puede dar a sus hijos la fe y la capacidad de confiar en Dios.

Ciertamente, educar a los hijos no es nada fácil. Pero no olvidemos que ellos también nos educan. El primer ámbito de la educación sigue siendo la familia, en los pequeños gestos que son más elocuentes que las palabras. Educar es ante todo acompañar los procesos de crecimiento, es estar presentes de muchas maneras, de tal modo que los hijos puedan contar con sus padres en todo momento. El educador es una persona que “genera” en sentido espiritual y, sobre todo, que “se juega” poniéndose en relación. Como padre y madre es importante relacionarse con sus hijos a partir de una autoridad ganada día tras día. Ellos necesitan una seguridad que los ayude a experimentar la confianza en ustedes, en la belleza de sus vidas, en la certeza de no estar nunca solos, pase lo que pase.

Por otra parte, y como ya he señalado, la conciencia de la identidad y la misión de los laicos en la Iglesia y en la sociedad ha aumentado. Ustedes tienen la misión de transformar la sociedad con su presencia en el mundo del trabajo y hacer que se tengan en cuenta las necesidades de las familias.

También los matrimonios deben “primerear” [2] dentro de la comunidad parroquial y diocesana con sus iniciativas y su creatividad, buscando la complementariedad de los carismas y vocaciones como expresión de la comunión eclesial; en particular, los «cónyuges junto a los pastores, para caminar con otras familias, para ayudar a los más débiles, para anunciar que, también en las dificultades, Cristo se hace presente» [3].

Por tanto, los exhorto, queridos esposos, a participar en la Iglesia, especialmente en la pastoral familiar. Porque «la corresponsabilidad en la misión llama […] a los matrimonios y a los ministros ordenados, especialmente a los obispos, a cooperar de manera fecunda en el cuidado y la custodia de las Iglesias domésticas» [4]. Recuerden que la familia es la «célula básica de la sociedad» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 66). El matrimonio es realmente un proyecto de construcción de la «cultura del encuentro» (Carta enc. Fratelli tutti, 216). Es por ello que las familias tienen el desafío de tender puentes entre las generaciones para la transmisión de los valores que conforman la humanidad. Se necesita una nueva creatividad para expresar en los desafíos actuales los valores que nos constituyen como pueblo en nuestras sociedades y en la Iglesia, Pueblo de Dios.

La vocación al matrimonio es una llamada a conducir un barco incierto —pero seguro por la realidad del sacramento— en un mar a veces agitado. Cuántas veces, como los apóstoles, sienten ganas de decir o, mejor dicho, de gritar: «¡Maestro! ¿No te importa que perezcamos?» (Mc 4,38). No olvidemos que a través del sacramento del matrimonio Jesús está presente en esa barca. Él se preocupa por ustedes, permanece con ustedes en todo momento en el vaivén de la barca agitada por el mar. En otro pasaje del Evangelio, en medio de las dificultades, los discípulos ven que Jesús se acerca en medio de la tormenta y lo reciben en la barca; así también ustedes, cuando la tormenta arrecia, dejen subir a Jesús en su barca, porque cuando subió «donde estaban ellos, […] cesó el viento» (Mc 6,51). Es importante que juntos mantengan la mirada fija en Jesús. Sólo así encontrarán la paz, superarán los conflictos y encontrarán soluciones a muchos de sus problemas. No porque estos vayan a desaparecer, sino porque podrán verlos desde otra perspectiva.

Sólo abandonándose en las manos del Señor podrán vivir lo que parece imposible. El camino es reconocer la propia fragilidad y la impotencia que experimentan ante tantas situaciones que los rodean, pero al mismo tiempo tener la certeza de que de ese modo la fuerza de Cristo se manifiesta en su debilidad (cf. 2 Co 12,9). Fue justo en medio de una tormenta que los apóstoles llegaron a conocer la realeza y divinidad de Jesús, y aprendieron a confiar en Él.

A la luz de estos pasajes bíblicos, quisiera aprovechar para reflexionar sobre algunas dificultades y oportunidades que han vivido las familias en este tiempo de pandemia. Por ejemplo, aumentó el tiempo de estar juntos, y esto ha sido una oportunidad única para cultivar el diálogo en familia. Claro que esto requiere un especial ejercicio de paciencia, no es fácil estar juntos toda la jornada cuando en la misma casa se tiene que trabajar, estudiar, recrearse y descansar. Que el cansancio no les gane, que la fuerza del amor los anime para mirar más al otro —al cónyuge, a los hijos— que a la propia fatiga. Recuerden lo que les escribí en Amoris laetitia retomando el himno paulino de la caridad (cf. nn. 90-119). Pidan este don con insistencia a la Sagrada Familia, vuelvan a leer el elogio de la caridad para que sea ella la que inspire sus decisiones y acciones (cf. Rm 8,15; Ga 4,6).

De este modo, estar juntos no será una penitencia sino un refugio en medio de las tormentas. Que el hogar sea un lugar de acogida y de comprensión. Guarden en su corazón el consejo a los novios que expresé con las tres palabras: «permiso, gracias, perdón» [5]. Y cuando surja algún conflicto, «nunca terminar el día en familia sin hacer las paces» [6]. No se avergüencen de arrodillarse juntos ante Jesús en la Eucaristía para encontrar momentos de paz y una mirada mutua hecha de ternura y bondad. O de tomar la mano del otro, cuando esté un poco enojado, para arrancarle una sonrisa cómplice. Hacer quizás una breve oración, recitada en voz alta juntos, antes de dormirse por la noche, con Jesús presente entre ustedes.

Sin embargo, para algunos matrimonios la convivencia a la que se han visto forzados durante la cuarentena ha sido especialmente difícil. Los problemas que ya existían se agravaron, generando conflictos que muchas veces se han vuelto casi insoportables. Muchos han vivido incluso la ruptura de un matrimonio que venía sobrellevando una crisis que no se supo o no se pudo superar. A estas personas también quiero expresarles mi cercanía y mi afecto.

La ruptura de una relación conyugal genera mucho sufrimiento debido a la decepción de tantas ilusiones; la falta de entendimiento provoca discusiones y heridas no fáciles de reparar. Tampoco a los hijos es posible ahorrarles el sufrimiento de ver que sus padres ya no están juntos. Aun así, no dejen de buscar ayuda para que los conflictos puedan superarse de alguna manera y no causen aún más dolor entre ustedes y a sus hijos. El Señor Jesús, en su misericordia infinita, les inspirará el modo de seguir adelante en medio de tantas dificultades y aflicciones. No dejen de invocarlo y de buscar en Él un refugio, una luz para el camino, y en la comunidad eclesial una «casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 47).

Recuerden que el perdón sana toda herida. Perdonarse mutuamente es el resultado de una decisión interior que madura en la oración, en la relación con Dios, como don que brota de la gracia con la que Cristo llena a la pareja cuando lo dejan actuar, cuando se dirigen a Él. Cristo “habita” en su matrimonio y espera que le abran sus corazones para sostenerlos con el poder de su amor, como a los discípulos en la barca. Nuestro amor humano es débil, necesita de la fuerza del amor fiel de Jesús. Con Él pueden de veras construir la «casa sobre roca» (Mt 7,24).

A este propósito, permítanme que dirija una palabra a los jóvenes que se preparan al matrimonio. Si antes de la pandemia para los novios era difícil proyectar un futuro cuando era arduo encontrar un trabajo estable, ahora aumenta aún más la situación de incerteza laboral. Por ello invito a los novios a no desanimarse, a tener la “valentía creativa” que tuvo san José, cuya memoria he querido honrar en este Año dedicado a él. Así también ustedes, cuando se trate de afrontar el camino del matrimonio, aun teniendo pocos medios, confíen siempre en la Providencia, ya que «a veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener» (Carta ap. Patris corde, 5).No duden en apoyarse en sus propias familias y en sus amistades, en la comunidad eclesial, en la parroquia, para vivir la vida conyugal y familiar aprendiendo de aquellos que ya han transitado el camino que ustedes están comenzando.

Antes de despedirme, quiero enviar un saludo especial a los abuelos y las abuelas que durante el tiempo de aislamiento se vieron privados de ver y estar con sus nietos, a las personas mayores que sufrieron de manera aún más radical la soledad. La familia no puede prescindir de los abuelos, ellos son la memoria viviente de la humanidad, «esta memoria puede ayudar a construir un mundo más humano, más acogedor» [7].

Que san José inspire en todas las familias la valentía creativa, tan necesaria en este cambio de época que estamos viviendo, y Nuestra Señora acompañe en sus matrimonios la gestación de la “cultura del encuentro”, tan urgente para superar las adversidades y oposiciones que oscurecen nuestro tiempo. Los numerosos desafíos no pueden robar el gozo de quienes saben que están caminando con el Señor. Vivan intensamente su vocación. No dejen que un semblante triste transforme sus rostros. Su cónyuge necesita de su sonrisa. Sus hijos necesitan de sus miradas que los alienten. Los pastores y las otras familias necesitan de su presencia y alegría: ¡la alegría que viene del Señor!

Me despido con cariño animándolos a seguir viviendo la misión que Jesús nos ha encomendado, perseverando en la oración y «en la fracción del pan» (Hch 2,42).

Y por favor, no se olviden de rezar por mí, yo lo hago todos los días por ustedes.

Fraternalmente,

Francisco

 

Roma, San Juan de Letrán, 26 de diciembre de 2021, Fiesta de la Sagrada Familia.

 


[1]  Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia (9 junio 2021).

[2] Cfr Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24.

[3]  Videomensaje a los participantes en el Foro «¿Hasta dónde hemos llegado con Amoris laetitia (9 junio 2021).

[4]  Ibíd.

[5]  Discurso a las familias del mundo con ocasión de su peregrinación a Roma en el Año de la Fe (26 octubre 2013); cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 133.

[6] Catequesis del 13 de mayo de 2015. Cf. Exhort. ap. postsin. Amoris laetitia, 104.

[7] Mensaje con ocasión de la I Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores “Yo estoy contigo todos los días” (31 mayo 2021).



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sábado, 18 de diciembre de 2021

 

Pierre TEILHARD DE CHARDIN

(1881-1955)

                                        https://teilhard.net/biografia-de-teilhard-de-chardin/  

                                                                Leandro Sequeiros

                                Vicepresidente de la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin

                                Presidente de ASINJA, Asociación Interdisciplinar José de Acosta


Muchas personas no sabe quién es Pierre Teilhard de Chardin. Y los que conocen algo, se quejan de que le cuesta entender qué es lo que quiere decir Teilhard de Chardin. Es verdad que su lenguaje es enrevesado. Y se inventa palabras. Además, Teilhard no escribió nunca una síntesis organizada de su pensamiento. Es necesario leerlo mucho y después intentar sintetizar su pensamiento. Y esto no es una tarea fácil. Al intentar “integrar” conceptos religiosos, filosóficos y científicos, sus formulaciones no son sencillas. Y aquellas personas que deseen iniciarse en el pensamiento teilhardiano, no lo tienen fácil. No existes libros que, en un lenguaje asequible, “traduzcan” para los no expertos qué es lo que Teilhard quiere decir.


                            La persona y sus obras


Pierre Teilhard de Chardin (1881-1955), geólogo, paleontólogo, pensador, teólogo, místico, sacerdota jesuita, de nacionalidad francesa, sigue siendo uno de los hombres más discutidos del siglo XX. Sabemos que Teilhard escribió: El Fenómeno Humano, El Medio Divino, El Grupo Zoológico Humano, Ciencia y Cristo, Cartas de Viaje, Escritos del tTempo de Guerra, El Himno del Universo. El resto de escritos son textos breves, ensayos que Teilhard nunca pudo publicar, cartas y conferencias. Después de su muerte, una comisión internacional los agrupó en volúmenes que se publicaron en Francia y luego se tradujeron, en los años 60 del siglo pasado, a muchas lenguas. En los años setenta, Teilhard pasó de moda hasta caer en el olvido.

Desde la Asociación de Amigos de Teilhard de Chardin1 y la Cátedra Ciencia, Tecnología y Religión de la Universidad Comillas, hemos organizado diversas actividades para reivindicar la vigencia de muchos de los planteamientos de Teilhard. A los actos ha asistido bastante público. Pero –desgraciadamente- era un público de edad madura. Los jóvenes, por lo general, nunca han oído hablar de Teilhard de Chardin.

Desde la Asociación, no obstante, hemos percibido que existe un renovado interés por conocer la obra de Teilhard. En ocasiones, la dificultad está en que no es fácil encontrar unos materiales claros para introducirse en su pensamiento. Antes de leer sus obras conviene conocer, aunque sea superficialmente, algunos jalones de su pensamiento. Este es el objetivo de este artículo: presentar las ideas básicas de Teilhard en un lenguaje asequible a una cultura como la nuestra en la que no es fácil entender determinados conceptos.


                        Mi cercanía a Teilhard de Chardin


Desde que oí hablar de Teilhard (allá por 1960, pocos años después de su muerte) su figura me sedujo. Tal vez, ya entonces me atraía el conocimiento de la vida del pasado, la evolución, los orígenes humanos. Me seducía su aventura en China. Y me seducía el que los superiores jesuitas de entonces hablaban de él como de un hombre de ideas peligrosas. Un jesuita de ideas teológicas que contravenían la doctrina oficial de la Iglesia y del que había sido prohibida la publicación de sus obras. Esto seduce a un joven de 18 años, lleno de vida e ilusión por encontrar coherencia entre la formación recibida en el noviciado y unas concepciones mucho más amplias, que había oído mantenía Teilhard.

Cuando yo estudiaba Filosofía entre 1964 y 1966 alguno de mis profesores, tachados de progresistas, empezaron a citar a Teilhard de Chardin, pero siempre con la boca pequeña temiendo que su nombre les quemase los labios. Pero fue el jesuita Javier Gafo quien, en sus clases sobre Filosofía de la Evolución, tuvo la osadía de nombrar sus textos. Dentro de mí se hizo una luz cegadora que abrió mi apetito por poseer sus obras. Eran los años del Concilio Vaticano II y las ventanas abiertas por Juan XXIII dejaban penetrar el aire fresco del mundo dentro de los muros polvorientos de la Iglesia.

Siempre recordaré un documental sobre “La Misa sobre el Mundo” de Teilhard de Chardin, obtenido en la Embajada Francesa y que Pedro Miguel Lamet nos ofreció una noche en aquella época sin apenas televisión. Estaba en francés, pero sus imágenes se mantienen vivas en mi cerebro emocional. Después lo he buscado sin éxito en internet. Posiblemente, en algún sótano de alguna oficina cultural francesa descanse polvorienta esta joya. Tal vez por eso, en 2009 tuve la osadía de montar cinco presentaciones sobre “La Misa sobre el Mundo” a las que puso sonido mi amigo Juan López Giménez. A ellas siguieron otras varias sobre “El Medio Divino”, el “Himno a la Materia” y otros textos teilhardianos.

La vida que da tantas vueltas hizo que en 1971, al ordenarme de sacerdote, y ante la insistencia de algunos familiares que deseaban hacerme un regalo, le sorprendiese al manifestar que deseaba las obras de Teilhard. A partir de su fallecimiento en 1955, la Fundación Teilhard de Chardin comenzó a publicar sus trabajos. Muy pronto, la editorial Taurus ( al parecer, por consejo de Xavier Zubiri ) inició la publicación de la traducción castellana. Y fue precisamente Carmen Castro, hija de Américo Castro y esposa de Zubiri, la que realizó gran parte de las traducciones.

La lectura directa de las obras de Teilhard, cautivó mi corazón. Allí veía expresadas con palabras como dardos de fuego las intuiciones sin nombre que bullían en mi mente y que nunca encontré reflejadas en mis estudios de Teología. Los textos de Teilhard encajaban perfectamente con las formulaciones atrayentes de la Constitución Conciliar Gaudium et Spes del Vaticano II que reelaboraron mi espiritualidad, proclive a las peligrosas fronteras entre la fe y la ciencia. 

Cuando 20 años más tarde, en 1980, con 38 años, ya doctor en Ciencias Geológicas (en la especialidad de Paleontología) obtuve una plaza de profesor en la Universidad de Zaragoza empecé a interesarme por la paleobiología, la evolución, el darwinismo y las obras de Teilhard. Siempre quise profundizar más. En estos últimos años – y sobre todo en 2005 con ocasión de los 50 años del fallecimiento de Teilhard – he escrito muchas páginas apasionadas, pronunciadas numerosas conferencias y aludido a él de modos diversos. Y en 2015, con ocasión de los 60 años, hemos recuperado su memoria.

Muchos hilos nos conectan a Teilhard y a mí, formando una tela compacta de araña: ambos somos científicos, geólogos y paleontólogos. Hablamos un mismo lenguaje. Ambos tenemos rasgos de carácter muy similar, según he podido deducir de sus cartas y de las atinadas reflexiones de su biógrafo Claude Cuènot.

Ambos tenemos posturas similares –salvadas las distancias- sobre la experiencia de fe y la postura ante la Teología ortopédica y los dogmas. Siempre tuve un rechazo interior hacia las añejas clases de Teología recibidas en Granada. Ambos somos jesuitas, participamos de una misma espiritualidad y los ecos ignacianos son comunes. Asimismo, hemos sentido la puñalada cruel de la intolerancia y la cerrazón eclesiástica. También, hemos sido atraídos por la materia, por el contacto con los científicos, por el diálogo con los no creyentes.

Son muchas las semejanzas. Por eso, la figura de Teilhard de Chardin me fascina más cada día. Sus frases están presentes en mi mente y en mis ratos de oración. Y cuando acompaño unos días de Ejercicios Espirituales, nunca faltan las citas de sus obras que iluminan la comprensión de una espiritualidad más encarnada e inculturada.

A todos los que han colaborado en difundir las ideas y los sentimientos de Teilhard de Chardin, muchas gracias. Especialmente a mis compañeros de la Junta Directiva: a nuestro presidente, Dr. Emiliano Aguirre Enríquez, Premio Prícipe de Asturias2, ( recientemente fallecido ) y al resto de la Junta Directiva: Manuel Medina Casado, Javier Castellanos, Eduardo Ochoa, Manuel Cortés. Y deseo manifestar mi aprecio y cariño a todos mis compañeros paleontólogos que en su trabajo callado de muchos años han intentado descifrar el código secreto de la vida.


                                Un visionario singular del siglo XX


No oculto mis simpatías hacia Teilhard. Admiro su audacia para defender el hecho de la evolución cósmica biológica y humana en una época en la que estas ideas eran esgrimidas por los ateos para oponerse a la religión. Aunque tenga las naturales discrepancias en el modo de interpretar los procesos evolutivos de una manera “finalista” inadecuada a las interpretaciones actuales.

No niego la cercanía afectiva con Teilhard aunque no esté de acuerdo con todas sus ideas. Ambos estamos interesados en el debate de las ciencias y el pensamiento moderno con la teología y con las religiones. Salvadas las distancias del tiempo, el espacio, ambos defendemos una visión positiva del mundo, de la ciencia, de la tecnología, del progreso humano. Y ambos hemos dedicado muchos años de nuestra vida a arrancar de las rocas de la Tierra los secretos de su historia y de los complejos procesos de evolución biológica.

La figura de Teilhard de Chardin fue, desde el principio, muy contestada por algunos y mirada con recelo por parte de sectores oficiales de la Iglesia. Pese a su brillante tesis doctoral defendida en 1922, en 1923 Teilhard fue “destinado” por sus superiores a China; en 1923. Estando ya en China, el padre Provincial le ordenó que dejara de figurar como profesor del Instituto Católico de París. En 1927, Roma le negó el imprimatur a El Medio Divino (escrito en Tiensin entre noviembre de 1926 y marzo de 1927; no sería publicado hasta 1957, y en castellano en 1958).

Aunque persisten las dificultades que dieron lugar a la intervención del Santo Oficio, se ha impuesto por lo general una actitud más abierta y positiva. Indicio de este nuevo clima son, además de varias intervenciones conciliares y de una cauta pero significativa cita del papa Pablo VI en su alocución de marzo de 1966 (Ecclesia, 12 marzo 1966, página 378), la toma de posición del Padre General de los jesuitas, P. Pedro Arrupe, al defender públicamente el buen nombre del combatido hermano de Orden y al reconocer, pese a todas las críticas que puedan y deban hacerse, que en su obra lo positivo supera a lo negativo”.

En 1981, con ocasión del centenario de su nacimiento, en el Instituto Católico de París tuvo lugar un acto académico en su honor. El cardenal Agostino Casaroli envió a monseñor Paul Poupard, en nombre del Papa, una carta elogiosa de la personalidad de Teilhard, haciendo reservas respecto a algunas expresiones conceptuales. La prensa interpretó que la Santa Sede revisaba su anterior toma de postura, pero un rápido comunicado de la Santa Sede de julio de ese año insistía en que la carta del Cardenal Casaroli manifestaba reparos serios a algunas ideas teilhardianas que la prensa había ocultado.

Las aguas se han serenado y muchas de las ideas teilhardianas, bien clarificadas, no tienen que significar una amenaza para la fe. Antes bien, su pensamiento ha hecho mucho bien a muchos creyentes que han encontrado en Teilhard la formulación de muchas ideas que rondaban en la mente y han abierto esperanza en el encuentro entre la fe y la ciencia.

Los ensayos filosóficos, religiosos y místicos de Teilhard, estuvieron en su gran mayoría inéditos durante su vida. Comenzaron a publicarse a partir de finales de los 50 en Francia y muy pronto se tradujeron a muchas lenguas, entre ellas al castellano. Los libros de Teilhard se vendían en la década de los 60, entre los jóvenes y fascinaban a esa generación que buscaba una nueva formulación de sus creencias más de acuerdo con su formación intelectual científica. Hoy, las jóvenes generaciones casi no saben quién es. Teilhard pasó muy rápidamente del estrellato al olvido.


1La Asociación de Amigos de Pierre Teilhard de Chardin (sección española) se creó en septiembre de 2013. En la actualidad cuenta con un centenar de socios y la secretaría radica en la ciudad de Córdoba. Puede encontrarse información en https://teilhard.net

2http://es.wikipedia.org/wiki/Emiliano_Aguirre_Enr%C3%ADquez Emiliano Aguirre Enríquez (1925- 2021), es un paleontólogo español. Su principal aportación a la paleoantropología es el inicio del estudio de los yacimientos pleistocenos de la Sierra de Atapuerca, cuyas excavaciones dirigió desde 1978 hasta su jubilación, en 1990. Es Premio Príncipe de Asturias y Académico numerario de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.

domingo, 24 de octubre de 2021

Discurso del Papa Francisco en la IV Jornada de los Movimientos populares

 


Discurso del Papa en el IV Encuentro con los Movimientos Populares



Hermanas, hermanos, queridos poetas sociales:

Queridos Poetas Sociales

Así me gusta llamarlos, poetas sociales, porque ustedes son poetas sociales, porque tienen la  capacidad y el coraje de crear esperanza allí donde sólo aparece descarte y exclusión. Poesía quiere decir creatividad, y ustedes crean esperanza; con sus manos saben forjar la dignidad de cada uno, la de sus familias y la de la sociedad toda con tierra, techo y trabajo, cuidado, comunidad. Gracias porque la entrega de ustedes es palabra con autoridad capaz de desmentir las postergaciones silenciosas y tantas veces educadas a las que fueron sometidos —o a las que son sometidos tantos hermanos nuestros—. Pero al pensar en ustedes creo que, principalmente, su dedicación es un anuncio de esperanza. Verlos a ustedes me recuerda que no estamos condenados a repetir ni a construir un futuro basado en la exclusión y la desigualdad, el descarte o la indiferencia; donde la cultura del privilegio sea un poder invisible e insuprimible y la explotación y el abuso sea como un método habitual de sobrevivencia. ¡No! Eso ustedes lo saben anunciar muy bien. Gracias.

Gracias por el vídeo que recién compartimos. He leído las reflexiones del encuentro, el testimonio de lo que vivieron en estos tiempos de tribulación y angustia, la síntesis de sus propuestas  y sus anhelos. Gracias. Gracias por hacerme parte del proceso histórico que están transitando y gracias  por compartir conmigo este diálogo fraterno que busca ver lo grande en lo pequeño y lo pequeño en  lo grande, un diálogo que nace en las periferias, un diálogo que llega a Roma y en el que todos podemos sentirnos invitados e interpelados. «Para encontrarnos y ayudar mutuamente necesitamos dialogar» (FT 198), ¡y cuánto!

Ustedes sintieron que la situación actual ameritaba un nuevo encuentro. Sentí lo mismo.  Aunque nunca perdimos el contacto —y ya pasaron seis años, creo, del último encuentro, el encuentro general—. Durante este tiempo pasaron muchas cosas; muchas cosas han cambiado. Son cambios que marcan puntos de no retorno, puntos de inflexión, encrucijadas en las que la humanidad debe elegir.  Se necesitan nuevos momentos de encuentro, discernimiento y acción conjunta. Cada persona, cada organización, cada país y el mundo entero necesita buscar estos momentos para reflexionar, discernir  y elegir, porque retornar a los esquemas anteriores sería verdaderamente suicida, y si me permiten  forzar un poco las palabras, ecocida y genocida. Estoy forzando, ¡eh!

En estos meses muchas cosas que ustedes denunciaban quedaron en total evidencia. La pandemia transparentó las desigualdades sociales que azotan a nuestros pueblos y expuso —sin pedir permiso ni perdón— la desgarradora situación de tantos hermanos y hermanas, esa situación que tantos mecanismos de post-verdad no pudieron ocultar.

Muchas cosas que dábamos por supuestas se cayeron como un castillo de naipes.  Experimentamos cómo, de un día para otro, nuestro modo de vivir puede cambiar drásticamente impidiéndonos, por ejemplo, ver a nuestros familiares, compañeros y amigos. En muchos países los Estados reaccionaron. Escucharon a la ciencia y lograron poner límites para garantizar el bien común y frenaron al menos por un tiempo ese “mecanismo gigantesco” que opera en forma casi automática  donde los pueblos y las personas son simples piezas (cf. S. Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei  socialis, 22).

Todos hemos sufrido el dolor del encierro, pero a ustedes, como siempre, les tocó la peor parte: en los barrios que carecen de infraestructura básica (en los que viven muchos de ustedes y cientos y cientos y millones de personas) es difícil quedarse en casa, no sólo por no contar con todo  lo necesario para llevar adelante las mínimas medidas de cuidado y protección, sino simplemente  porque la casa es el barrio. Los migrantes, los indocumentados, los trabajadores informales sin ingresos fijos se vieron privados, en muchos casos, de cualquier ayuda estatal e impedidos de realizar sus tareas habituales agravando su ya lacerante pobreza. Una de las expresiones de esta cultura de la indiferencia es que pareciera que este tercio sufriente de nuestro mundo no reviste interés suficiente para los grandes medios y los formadores de opinión, no aparece. Permanece escondido, acurrucado.

Quiero referirme también a una pandemia silenciosa que desde hace años afecta a niños, adolescentes y jóvenes de todas las clases sociales; y creo que, durante este tiempo de aislamiento, se incrementó aún más. Se trata del estrés y la ansiedad crónica, vinculada a distintos factores como la hiperconectividad, el desconcierto y la falta de perspectivas de futuro que se agrava ante el contacto real con los otros —familias, escuelas, centros deportivos, oratorios, parroquias—; en definitiva, la falta de contacto real con los amigos, porque la amistad es la forma en que el amor resurge siempre.

Es evidente que la tecnología puede ser un instrumento de bien, y es un instrumento de bien que permite diálogos como éste y tantas otras cosas, pero nunca puede suplantar el contacto entre  nosotros, nunca puede suplantar una comunidad en la cual enraizarnos y hacer que nuestra vida se  vuelva fecunda.

Y si de pandemia se trata, no podemos dejar de cuestionarnos por el flagelo de la crisis alimentaria. Pese a los avances de la biotecnología millones de personas fueron privadas de alimentos, aunque estos estén disponibles. Este año, 20 millones de personas más se han visto arrastradas a niveles extremos de inseguridad alimentaria, ascendiendo a [muchos] millones de personas; la indigencia grave se multiplicó, el precio de los alimentos escaló un altísimo porcentaje. Los números del hambre son horrorosos, y pienso, por ejemplo, en países como Siria, Haití, Congo, Senegal, Yemen, Sudán del Sur pero el hambre también se hace sentir en muchos otros países del mundo pobre y, no pocas veces, también en el mundo rico. Es posible que las muertes por año por causas vinculadas al hambre puedan superar a las del COVID.[1] Pero eso no es noticia, eso no genera empatía.

Quiero agradecerles porque ustedes sintieron como propio el dolor de los otros. Ustedes saben mostrar el rostro de la verdadera humanidad, esa que no se construye dando la espalda al sufrimiento  del que está al lado sino en el reconocimiento paciente, comprometido y muchas veces hasta doloroso de que el otro es mi hermano (cf. Lc 10,25-37) y que sus dolores, sus alegrías y sus sufrimientos son  también los míos (cf. GS 1). Ignorar al que está caído es ignorar nuestra propia humanidad que clama en cada hermano nuestro.

Cristianos o no, han respondido a Jesús, que dijo a sus discípulos frente al pueblo hambriento:  «Denles ustedes de comer» (Mt 14,16). Y donde había escasez, el milagro de la multiplicación se repitió en ustedes que lucharon incansablemente para que a nadie le faltase el pan (cf. Mt 14,13-21).  ¡Gracias!

Al igual que los médicos, enfermeros y el personal de salud en las trincheras sanitarias, ustedes pusieron su cuerpo en la trinchera de los barrios marginados. Tengo presente muchos, entre comillas, “mártires” de esa solidaridad sobre quienes supe por medio de muchos de ustedes. El Señor se los tendrá en cuenta.

Si todos los que por amor lucharon juntos contra la pandemia pudieran también soñar juntos un mundo nuevo, ¡qué distinto sería todo! Soñar juntos.

Bienaventurados

Ustedes son, como les dije en la carta que les envié el año pasado,[2] un verdadero ejército  invisible, son parte fundamental de esa humanidad que lucha por la vida frente a un sistema de muerte.  En esa entrega veo al Señor que se hace presente en medio nuestro para regalarnos su Reino. Jesús,  cuando nos ofreció el protocolo con el cual seremos juzgados —Mateo 25—, nos dijo que la salvación  estaba en cuidar de los hambrientos, los enfermos, los presos, los extranjeros, en definitiva, en  reconocerlo y servirlo a Él en toda la humanidad sufriente. Por eso me animo a decirles: «Felices los  que tienen hambre y sed de justicia porque serán saciados» (Mt 5,6), «felices los que trabajan por la  paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).

Bienaventuranzas

Queremos que esa bienaventuranza se extienda, permee y unja cada rincón y cada espacio  donde la vida se vea amenazada. Pero nos sucede, como pueblo, como comunidad, como familia e  inclusive individualmente, tener que enfrentar situaciones que nos paralizan, donde el horizonte  desaparece y el desconcierto, el temor, la impotencia y la injusticia parece que se apoderan del  presente. Experimentamos también resistencias a los cambios que necesitamos y que anhelamos,  resistencias que son profundas, enraizadas, que van más allá de nuestras fuerzas y decisiones. Esto es  lo que la Doctrina social de la Iglesia llamó “estructuras de pecado”, que estamos llamados también  nosotros a convertir y que no podemos ignorar a la hora de pensar el modo de accionar. El cambio  personal es necesario, pero es imprescindible también ajustar nuestros modelos socio-económicos  para que tengan rostro humano, porque tantos modelos lo han perdido. Y pensando en estas situaciones, me vuelvo pedigüeño. Y paso a pedir. A pedir a todos. Y a todos quiero pedirles en nombre de Dios.

A los grandes laboratorios, que liberen las patentes. Tengan un gesto de humanidad y permitan que cada país, cada pueblo, cada ser humano tenga acceso a las vacunas. Hay países donde sólo tres, cuatro por ciento de sus habitantes fueron vacunados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los grupos financieros y organismos internacionales de crédito que permitan a los países pobres garantizar las necesidades básicas de su gente y condonen esas deudas tantas veces contraídas contra los intereses de esos mismos pueblos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones extractivas —mineras, petroleras—, forestales, inmobiliarias, agro negocios, que dejen de destruir los bosques, humedales y montañas, dejen de contaminar los ríos y los mares, dejen de intoxicar los pueblos y los alimentos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a las grandes corporaciones alimentarias que dejen de imponer estructuras monopólicas de producción y distribución que inflan los precios y terminan quedándose con el pan del hambriento.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los fabricantes y traficantes de armas que cesen  totalmente su actividad, una actividad que fomenta la violencia y la guerra, y muchas veces en el  marco de juegos geopolíticos que cuestan millones de vidas y de desplazamientos.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de la tecnología que dejen de explotar la fragilidad humana, las vulnerabilidades de las personas, para obtener ganancias, sin considerar cómo aumentan los discursos de odio, el grooming, las fake news, las teorías conspirativas, la manipulación política.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los gigantes de las telecomunicaciones que liberen el acceso a los contenidos educativos y el intercambio con los maestros por internet para que los niños pobres también puedan educarse en contextos de cuarentena.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los medios de comunicación que terminen con la lógica  de la post-verdad, la desinformación, la difamación, la calumnia y esa fascinación enfermiza por el  escándalo y lo sucio, que busquen contribuir a la fraternidad humana y a la empatía con los más  vulnerados.

Quiero pedirles en nombre de Dios a los países poderosos que cesen las agresiones, bloqueos, sanciones unilaterales contra cualquier país en cualquier lugar de la tierra. No al neocolonialismo.  Los conflictos deben resolverse en instancias multilaterales como las Naciones Unidas. Ya hemos visto cómo terminan las intervenciones, invasiones y ocupaciones unilaterales; aunque se hagan bajo los más nobles motivos o ropajes.

Este sistema con su lógica implacable de la ganancia está escapando a todo dominio humano.  Es hora de frenar la locomotora, una locomotora descontrolada que nos está llevando al abismo.  Todavía estamos a tiempo.

A los gobiernos en general, a los políticos de todos los partidos quiero pedirles, junto a los pobres de la tierra, que representen a sus pueblos y trabajen por el bien común. Quiero pedirles el  coraje de mirar a sus pueblos, mirar a los ojos de la gente, y la valentía de saber que el bien de un  pueblo es mucho más que un consenso entre las partes (cf. Exhort. ap. Evangelii gaudium, 218); cuídense de escuchar solamente a las elites económicas tantas veces portavoces de ideologías superficiales que eluden los verdaderos dilemas de la humanidad. Sean servidores de los pueblos que claman por tierra, techo, trabajo y una vida buena. Ese “buen vivir” aborigen que no es lo mismo que la “dolce vita” o el “dolce far niente”, no. Ese buen vivir humano que nos pone en armonía con toda la humanidad, con toda la creación.

Quiero pedir también a todos los líderes religiosos que nunca usemos el nombre de Dios para fomentar guerras ni golpes de Estado. Estemos junto a los pueblos, a los trabajadores, a los humildes y luchemos junto a ellos para que el desarrollo humano integral sea una realidad. Tendamos puentes de amor para que la voz de la periferia con sus llantos, pero también con su canto y también con su alegría, no provoque miedo sino empatía en el resto de la sociedad.

Y así soy pedigüeño.

Es necesario que juntos enfrentemos los discursos populistas de intolerancia, xenofobia,  aporofobia —que es el odio a los pobres—, como todos aquellos que nos lleve a la indiferencia, la  meritocracia y el individualismo; estas narrativas sólo sirvieron para dividir nuestros pueblos y minar  y neutralizar nuestra capacidad poética, la capacidad de soñar juntos.

Soñemos juntos

Hermanas y hermanos, soñemos juntos. Y así, como pido esto con ustedes, junto a ustedes, quiero también trasmitirles algunas reflexiones sobre el futuro que debemos construir y soñar. Dije reflexiones, pero tal vez cabría decir sueños, porque en este momento no alcanza el cerebro y las  manos, necesitamos también el corazón y la imaginación: necesitamos soñar para no volver atrás.  Necesitamos utilizar esa facultad tan excelsa del ser humano que es la imaginación, ese lugar donde  la inteligencia, la intuición, la experiencia, la memoria histórica se encuentran para crear, componer,  aventurar y arriesgar. Soñemos juntos, porque fueron precisamente los sueños de libertad e igualdad,  de justicia y dignidad, los sueños de fraternidad los que mejoraron el mundo. Y estoy convencido de  que en esos sueños se va colando el sueño de Dios para todos nosotros, que somos sus hijos.

Soñemos juntos, sueñen entre ustedes, sueñen con otros. Sepan que están llamados a participar  en los grandes procesos de cambio, como les dije en Bolivia: «El futuro de la humanidad está, en gran  medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse, de promover alternativas creativas» (Discurso  a los movimientos populares, Santa Cruz de la Sierra, 9 julio 2015). Está en sus manos.

 “Pero esas son cosas inalcanzables”, dirá alguno. Sí. Pero tienen la capacidad de ponernos en  movimiento, de ponernos en camino. Y ahí reside precisamente toda la fuerza de ustedes, todo el  valor de ustedes. Porque son capaces de ir más allá de miopes autojustificaciones y  convencionalismos humanos que lo único que logran es seguir justificando las cosas como están.  Sueñen. Sueñen juntos. No caigan en esa resignación dura y perdedora... El tango lo expresa tan bien:  “Dale que va, que todo es igual. Que allá en el horno se vamo a encontrar”. No, no, no caigan en eso  por favor. Los sueños son siempre peligrosos para aquellos que defienden el statu quo porque  cuestionan la parálisis que el egoísmo del fuerte o el conformismo del débil quieren imponer. Y aquí  hay como un pacto no hecho, pero es inconsciente: el egoísmo del fuerte con el conformismo del  débil. Esto no puede funcionar así. Los sueños desbordan los límites estrechos que se nos imponen y  nos proponen nuevos mundos posibles. Y no estoy hablando de ensoñaciones rastreras que confunden  el vivir bien con pasarla bien, que no es más que un pasar el rato para llenar el vacío de sentido y así  quedar a merced de la primera ideología de turno. No, no es eso, sino soñar, para ese buen vivir en  armonía con toda la humanidad y con la creación.

Pero, ¿cuál es uno de los peligros más grandes que enfrentamos hoy? A lo largo de mi vida  —no tengo quince años, o sea, cierta experiencia tengo—, pude darme cuenta de que de una crisis  nunca se sale igual. De esta crisis de la pandemia no vamos a salir igual: o se sale mejor o se sale  peor, igual que antes, no. Pero nunca saldremos igual. Y hoy día tenemos que enfrentar juntos,  siempre juntos, esta cuestión: ¿Cómo saldremos de estas crisis? ¿Mejores o peores? Queremos salir  ciertamente mejores, pero para eso debemos romper las ataduras de lo fácil y la aceptación dócil de  que no hay otra alternativa, de que “éste es el único sistema posible”, esa resignación que nos anula,  de que sólo podemos refugiarnos en el “sálvese quien pueda”. Y para eso hace falta soñar. Me  preocupa que mientras estamos todavía paralizados, ya hay proyectos en marcha para rearmar la  misma estructura socioeconómica que teníamos antes, porque es más fácil. Elijamos el camino difícil, salgamos mejor.

En Fratelli tutti utilicé la parábola del Buen Samaritano como la representación más clara de esta opción comprometida en el Evangelio. Me decía un amigo que la figura del Buen Samaritano  está asociada por cierta industria cultural a un personaje medio tonto. Es la distorsión que provoca el hedonismo depresivo con el que se pretende neutralizar la fuerza transformadora de los pueblos y en especial de la juventud.

¿Saben lo que me viene a la mente a mí ahora, junto a los movimientos populares, cuando pienso en el Buen Samaritano? ¿Saben lo que me viene a la mente? Las protestas por la muerte de George Floyd. Está claro que este tipo de reacciones contra la injusticia social, racial o machista pueden ser manipuladas o instrumentadas para maquinaciones políticas y cosas por el estilo; pero lo esencial es que ahí, en esa manifestación contra esa muerte, estaba el “samaritano colectivo” —¡que no era ningún bobeta!—. Ese movimiento no pasó de largo cuando vio la herida de la dignidad humana golpeada por semejante abuso de poder. Los movimientos populares son, además de poetas sociales, “samaritanos colectivos”.

En estos procesos hay tantos jóvenes que yo siento esperanza...; pero hay muchos otros jóvenes que están tristes, que tal vez para sentir algo en este mundo necesitan recurrir a las consolaciones baratas que ofrece el sistema consumista y narcotizante. Y otros, es triste, pero otros optan por salir del sistema. Las estadísticas de suicidios juveniles no se publican en su total realidad.  Lo que ustedes realizan es muy importante, pero también es importante que logren contagiar a las  generaciones presentes y futuras lo mismo que a ustedes les hace arder el corazón. Tienen en esto un  doble trabajo o responsabilidad. Seguir atentos, como el buen Samaritano, a todos aquellos que están  golpeados por el camino pero, a su vez, buscar que muchos más se sumen en este sentir: los pobres y  oprimidos de la tierra se lo merecen, nuestra casa común nos lo reclama.

Quiero ofrecer algunas pistas. La Doctrina social de la Iglesia no tiene todas las respuestas, pero sí algunos principios que pueden ayudar a este camino a concretizar las respuestas y ayudar tanto  a los cristianos como a los no cristianos. A veces me sorprende que cada vez que hablo de estos principios algunos se admiran y entonces el Papa viene catalogado con una serie de epítetos que se  utilizan para reducir cualquier reflexión a la mera adjetivación degradatoria. No me enoja, me entristece. Es parte de la trama de la post-verdad que busca anular cualquier búsqueda humanista  alternativa a la globalización capitalista, es parte de la cultura del descarte y es parte del paradigma  tecnocrático.

Los principios que expongo son mesurados, humanos, cristianos, compilados en el  Compendio elaborado por el entonces Pontificio Consejo “Justicia y Paz”.[3] Es un manualito de la  Doctrina social de la Iglesia. Y a veces cuando los Papas, sea yo, o Benedicto, o Juan Pablo II decimos alguna cosa, hay gente que se extraña, ¿de dónde saca esto? Es la doctrina tradicional de la Iglesia.  Hay mucha ignorancia en esto. Los principios que expongo, están en ese libro, en el capítulo cuarto.  Quiero aclarar una cosa, están compilados en este Compendio y este Compendio fue encargado por san Juan Pablo ll. Les recomiendo a ustedes y a todos los líderes sociales, sindicales, religiosos,  políticos y empresarios que lo lean.

En el capítulo cuarto de este documento encontramos principios como la opción preferencial  por los pobres, el destino universal de los bienes, la solidaridad, la subsidiariedad, la participación, el  bien común, que son mediaciones concretas para plasmar a nivel social y cultural la Buena Noticia  del Evangelio. Y me entristece cuando algunos hermanos de la Iglesia se incomodan si recordamos  estas orientaciones que pertenecen a toda la tradición de la Iglesia. Pero el Papa no puede dejar de  recordar esta doctrina, aunque muchas veces le moleste a la gente, porque lo que está en juego no es  el Papa sino el Evangelio.

Y en este contexto, quisiera rescatar brevemente algunos principios con los que contamos para llevar adelante nuestra misión. Mencionaré dos o tres, no más. Uno es el principio de solidaridad. La solidaridad no sólo como virtud moral sino como un principio social, principio que busca enfrentar los sistemas injustos con el objetivo de construir una cultura de la solidaridad que exprese — literalmente dice el Compendio— «una determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien  común» (n. 193).

Otro principio es estimular y promover la participación y la subsidiariedad entre movimientos y entre los pueblos capaz de limitar cualquier esquema autoritario, cualquier colectivismo forzado o cualquier esquema estado céntrico. El bien común no puede utilizarse como excusa para aplastar la iniciativa privada, la identidad local o los proyectos comunitarios. Por eso, estos principios promueven una economía y una política que reconozca el rol de los movimientos populares, «la familia, los grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales; en definitiva, aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural, deportivo, recreativo, profesional y político, a las que las personas dan vida espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento  social». Esto en el número 185 del Compendio.

Como ven, queridos hermanos, queridas hermanas, son principios equilibrados y bien establecidos en la Doctrina social de la Iglesia. Con estos dos principios creo que podemos dar el  próximo paso del sueño a la acción. Porque es tiempo de actuar.

 Tiempo de actuar

Muchas veces me dicen: “Padre, estamos de acuerdo, pero, en concreto, ¿qué debemos hacer?”. Yo no tengo la respuesta, por eso debemos soñar juntos y encontrarla entre todos. Sin  embargo, hay medidas concretas que tal vez permitan algunos cambios significativos. Son medidas que están presentes en vuestros documentos, en vuestras intervenciones y que yo he tomado muy en cuenta, sobre las que medité y consulté a especialistas. En encuentros pasados hablamos de la integración urbana, la agricultura familiar, la economía popular. A estas, que todavía exigen seguir trabajando juntos para concretarlas, me gustaría sumarle dos más: el salario universal y la reducción de la jornada de trabajo.

Un ingreso básico (el IBU) o salario universal para que cada persona en este mundo pueda acceder a los más elementales bienes de la vida. Es justo luchar por una distribución humana de estos recursos. Y es tarea de los Gobiernos establecer esquemas fiscales y redistributivos para que la riqueza de una parte sea compartida con la equidad sin que esto suponga un peso insoportable, principalmente para la clase media —generalmente, cuando hay estos conflictos, es la que más sufre—. No olvidemos que las grandes fortunas de hoy son fruto del trabajo, la investigación científica y la innovación técnica de miles de hombres y mujeres a lo largo de generaciones.

La reducción de la jornada laboral es otra posibilidad, el ingreso básico uno, es una posibilidad, la otra es la reducción de la jornada laboral. Y hay que analizarla seriamente. En el siglo XIX los obreros trabajaban doce, catorce, dieciséis horas por día. Cuando conquistaron la jornada de ocho horas no colapsó nada como algunos sectores preveían. Entonces, insisto, trabajar menos para que más gente tenga acceso al mercado laboral es un aspecto que necesitamos explorar con cierta  urgencia. No puede haber tantas personas agobiadas por el exceso de trabajo y tantas otras agobiadas por la falta de trabajo.

Considero que son medidas necesarias, pero desde luego no suficientes. No resuelven el problema de fondo, tampoco garantizan el acceso a la tierra, techo y trabajo en la cantidad y calidad que los campesinos sin tierras, las familias sin un techo seguro y los trabajadores precarios merecen.  Tampoco van a resolver los enormes desafíos ambientales que tenemos por delante. Pero quería mencionarlas porque son medidas posibles y marcarían un cambio positivo de orientación.

Es bueno saber que en esto no estamos solos. Las Naciones Unidas intentaron establecer algunas metas a través de los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), pero  lamentablemente desconocidas por nuestros pueblos y las periferias; lo que nos recuerda la  importancia de compartir y comprometer a todos en esta búsqueda común.

Hermanas y hermanos, estoy convencido de que el mundo se ve más claro desde las periferias.  Hay que escuchar a las periferias, abrirle las puertas y permitirles participar. El sufrimiento del mundo se entiende mejor junto a los que sufren. En mi experiencia, cuando las personas, hombres y mujeres que han sufrido en carne propia la injusticia, la desigualdad, el abuso de poder, las privaciones, la xenofobia, en mi experiencia veo que comprenden mucho mejor lo que viven los demás y son capaces  de ayudarlos a abrir, realísticamente, caminos de esperanza. Qué importante es que vuestra voz sea escuchada, representada en todos los lugares de toma de decisión. Ofrecerla como colaboración, ofrecerla como una certeza moral de lo que hay que hacer. Esfuércense para hacer sentir su voz y también en esos lugares, por favor, no se dejen encorsetar ni se dejen corromper. Dos palabras que tienen un significado muy grande, que yo no voy a hablar ahora.

Reafirmemos el compromiso que tomamos en Bolivia: poner la economía al servicio de los pueblos para construir una paz duradera fundada en la justicia social y el cuidado de la Casa común.  Sigan impulsando su agenda de tierra, techo y trabajo. Sigan soñando juntos. Y gracias, gracias en  serio, por dejarme soñar con ustedes.

Pidámosle a Dios que derrame su bendición sobre nuestros sueños. No perdamos las esperanzas. Recordemos la promesa que Jesús hizo a sus discípulos: “siempre estaré con ustedes” (cf.  Mt 28,20); y recordándola, en este momento de mi vida, quiero decirles también que yo voy a estar con ustedes. También lo importante es que se den cuenta de que está Él con ustedes. Gracias.

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[1] “El virus del hambre se multiplica”, Informe de Oxfam del 9 de julio de 2021, en base al Global Report on Food Crises  (GRFC) del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas.

[2] Carta a los movimientos populares, 12 abril 2020.

[3] Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, 2004. [01413-ES.01] [Texto original: Español]